Los que conocieron al Maestro Ávila destacan esta faceta de su vida. En su primera biografía, Fr. Luis de Granada, con datos y anécdotas que conocía de primera mano, le da el título de «predicador evangélico«.
Este ministerio fue muy cuidado y mimado por el Santo.
Su cultura humanista y teológica estaba dirigida a esta tarea que consideraba esencial en su vida sacerdotal.
Su oración bañaba abundantemente su palabra, por eso era una palabra de fuego que llevaba a la conversión de los oyentes.
Cada sermón era un acontecimiento.
Tanto en Granada como en Córdoba, en Montilla como en Sevilla, el anuncio de un sermón del Maestro Ávila movía a mucha gente, las iglesias se llenaban, incluso se subían a los tejados cuando la predicación se realizaba en un patio. «Se despoblaba el lugar por oírle», «y no se oía otra cosa en la dicha villa de Montilla, sino ¡El P. Ávila predica!, el P. Ávila predica!» (O.C, T.I, BAC).
Los sermones eran largos, pero sus oyentes no sentían el cansancio, estaban deseosos de escuchar su palabra iluminadora y práctica para la vida de cada día y muy adaptada a su feligresía.
Preparaba muy bien sus sermones.
El estudio y la oración eran las herramientas más comunes. Y aconsejaba a sus discípulos que querían seguir sus caminos «que quitasen del estudio y lo pusiesen en la oración, que en ella se aprendía la verdadera predicación y se alcanzaba más que con el estudio».
Nos refieren los testigos que «estudiaba los sermones que predicaba, de rodillas puesto en oración».
El mismo Fr. Luis nos transmite que «en el mismo tiempo que predicaba, cercado de tantos negocios, tenía cada día dos horas de oración por la mañana y otras dos en la noche».
También improvisa en algunos casos.
Así lo refiere un testigo presencial en la ciudad de Montilla con motivo de una procesión del Corpus y a ruegos del Vicario.
Hablaba de la abundancia de su corazón: «Hizo una plática antes de la procesión. Y la hizo el dicho Maestro Ávila con tanto espíritu, aconsejando y diciendo con la reverencia que se había de ir en la procesión, acompañando a Cristo nuestro Señor Sacramentado en la Hostia de Pan, que estaba en la custodia, que, acabada, salieron todos los oyentes llorando de alegría y acompañaron la procesión con tanta modestia y compostura y reverencia del Santísimo Sacramento, que fue cosa notable…, pues, con ser tantos los asistentes, hubo en la dicha procesión mucha quietud reverencia. Cosa que no se ha visto después acá en esta villa» (Proceso de Montilla).
¿De qué hablaba este famoso predicador? ¿Cuáles eran sus temas preferidos?
Observando su rico sermonario podemos decir que nuestro Santo ha tocado muchos temas: fiestas de los santos, grandes fiestas litúrgicas, pláticas a sacerdotes y religiosas. Pero tenía un especial cariño al Santísimo Sacramento y a nuestra Señora. Un testigo en los procesos de beatificación atestigua:
Imbuido de un espíritu profético, es decir, transformado el corazón por la oración y con un deseo profundo de llevar el evangelio a las gentes, se enardecía, gritaba y los creyentes se conmovían ante las palabras del predicador.
Es interesante la palabra que usaban para expresar este estado religioso y psicológico del predicador: «templado», lleno del Espíritu.
En más de una ocasión aflora en su discurso una anécdota, una cita erudita de un libro que ha leído. Los sermones del Maestro Ávila eran piezas literarias hasta tal punto que gente estudiosa iba a escucharlos.
«Se acuerda este testigo que oyó decir en la ciudad de Córdoba que, predicando el dicho Maestro Juan de Ávila en la dicha ciudad, algunas personas de mucha calidad y letras, vecinos de la dicha ciudad, que le había ido a oír una vez por hacer burla de él, y que había sido tanta la eficacia con que entonces había predicado, que habían salido convertidos y edificados de su sermón, de tal manera que desde entonces se preciaron de ser sus discípulos» (Proceso de Jaén).
Aunque los sermones estaban bien articulados, Juan de Ávila lo que pretendía era el bien espiritual de los feligreses, no lucirse él por vanidad ante un público que le seguía incondicionalmente. Bajaba al terreno de la vida ordinaria y, como sus oyentes eran muy variados, daba consejos a toda clase de personas.
Los testigos emplean una palabra: «red barredera«; una red que va cogiendo toda clase de peces.
Los oyentes de sus sermones salían con el deseo de seguir a Jesucristo y de ser buenos creyentes.
El Santo manchego se recorrió todos los caminos de Andalucía: Sevilla, Écija, Alcalá de Guadaira, Lebrija, Jerez de la Frontera, Córdoba, Granada, Baeza, Andújar, Zafra, Montilla y otras ciudades.
Plazas, patios y ventas escucharon la palabra del Padre Ávila llamándolos a una vida santa.
Leyendo los Procesos nos encontramos muchos casos y muy curiosos los frutos de sus sermones.
Escojo solo uno para que el lector pueda tener una muestra.
Después del sermón se ponía a confesar y a veces estaba hasta las altas horas de la noche y lleno de sudor por el fuerte calor que había en aquellas tierras.
Pero él no conocía el descanso, seguía adelante. Por este celo incansable algunos lo comparan con el Apóstol Pablo.
No admitía dinero ni otros regalos como recompensa de sus sermones.
Vivía de las limosnas.
Era muy reticente a los beneficios eclesiásticos.
Comprendía que no podía hablar de la pobreza de Cristo y del desprecio de los bienes de este mundo si él no vivía estas cosas.
El carácter testimoniante era muy cuidado por el Maestro Ávila. No podía predicar una cosa y vivir otra.
No admitía regalos, ni siquiera «algunos guisadillos» que le ofrecían algunas santas mujeres.