La paciencia es «un saber esperar» activo; no se trata de «sentarse a verlas venir» o «un ahí me las den todas». Habrá que estar atento para actuar en momento preciso.
La paciencia debe ir unida a la esperanza y a la seguridad de que Dios nos ama de una forma infinita y no nos abandonará.
Jesús nos dice: «Pedid y se os dará»; así mismo nos hace ver que el Padre se preocupa de alimentar a los pájaros y vestir a las flores del campo; por ello, se preocupa mucho más de nosotros que somos sus hijos.
Nos cuenta, luego, la parábola del «juez injusto» al que acude una viuda en busca de justicia: al principio no le hace caso, pero ella insiste y el juez, al final, termina atendiéndola por temor a una reacción violenta. Le hace caso, no por ser justo, sino por evitar males mayores.
Así nosotros no debemos cansarnos de pedir al Padre; siempre nos atenderá, no porque le convenzamos a base de pedir, sino por Amor.
La insistencia, por nuestra parte, es muestra de cariño y confianza.
La paciencia es una virtud fundamental en nuestras relaciones con el Padre. Pedimos y Él calla; insistimos y nos quedamos sin respuesta aparente; pero desde la fe sabemos que nos escucha y nos ama.
Estamos seguros de que ya recibiremos la respuesta en el momento adecuado, que sólo el Padre conoce.
Una cosa es cierta: muchas veces lo que recibimos es distinto de lo que pedíamos; pero es lo mejor visto desde la transcendencia divina.
Una madre vive pendiente de su hijo pequeño, le atiende, le cuida, está siempre a su lado. Un hecho es cierto: no cederá a sus caprichos, a aquello que al niño le apetece y que es nocivo para él. No puede razonarle por qué no le deja hacer aquello que desea, pues no está en edad de entender.
Con el Padre nos sucede lo mismo, Él tiene claro lo que nos conviene; a nosotros nos queda armarnos de paciencia y esperar aceptando su voluntad.
La Virgen María tuvo también «sus noches oscuras» llena de paciencia. Lo que no entendía, «lo guarda en su corazón». Todo lo relacionado con su hijo Jesús será un misterio para ella. Pero tiene una cosa clara: «es la esclava del Señor».
Así lo ha querido desde su libertad y sólo le queda esperar y aceptar la Voluntad del Padre.
Un día, el ángel San Gabriel le anuncia que será Madre del Mesías. Ella le hace ver que «no conoce varón» y el ángel le informa que su maternidad será posible gracias al Espíritu Santo. Da a luz a su Hijo en una cueva y aparentemente es un bebé como cualquier otro. Llegan unos pastores y adoran al Niño como el Mesías. Al presentarlo en el templo, Simeón lo reconoce como el Mesías y hace ver a María que una espada le travesará el alma.
Llegan unos magos, que le reconocen como «el rey de los judíos» y le regalan oro, incienso y mirra. Una noche José la despierta y le dice que tienen que marchar a Egipto; allí se entera de la matanza de los Inocentes en Belén.
Pasa unos años en Nazaret sin que suceda nada de interés. A los doce años el Niño se queda en el templo y María y José lo buscan durante tres días. Cuando le hace ver a Jesús su preocupación, recibe una respuesta inesperada: «Tiene que atender a las cosas de su Padre».
Hasta los treinta años vive a su lado; pero un día inicia su vida pública, conoce a sus discípulos, pero pronto le comentarán que los fariseos y los jefes de los sacerdotes desean su muerte. Al final se encuentra al pie de la cruz, donde nos recibe como hijos. Todo esto la Virgen María lo vive desde la paciencia. No entiende nada, pero guarda silencio, no pregunta, sabe que esa es la Voluntad del Padre.
Por otra parte, Jesús vive con paciencia la relación con sus discípulos; les enseña su doctrina; les habla del Reino de los cielos; les habla de su pasión y muerte…, pero se entristecen, Jesús vive con paciencia su pasión: los insultos, los azotes, el camino hacia el Calvario, la crucifixión, las burlas.
Jesús nos regala la parábola del hijo pródigo: En ella nos presenta la figura del padre esperando con paciencia el regreso del hijo, que está gastando su herencia de mala manera; y cómo lo acoge cuando regresa, después de perdonarle todo. El padre escucha al hijo mayor con paciencia, cuando éste se queja.
Todos nos encontramos recogidos en esta parábola cuando nos acercamos al sacerdote en busca del perdón del Padre. Es importante entender que el sacerdote no es más que un instrumento para encontrar el perdón. El Padre nos espera pacientemente a que demos el paso.; nos abrazará y perdonará antes de que le digamos que nos somos dignos de ser hijos suyos.
Cuando le presentan a Jesús a la mujer adultera, esperando que se defina si está de acuerdo con la ley de Moisés por la que debe morir dilapidada, le están tendiendo una trampa aparentemente perfecta: si dice sí, él mismo renuncia a lo que ha vendió a predicar; si está en desacuerdo, él mismo se condena.
Jesús salva la situación invitando a que: «Tire la primera piedra el que esté libre de pecado».
Ahí estamos representados todos cuando criticamos a alguna persona.
Volviendo a la parábola del hijo prodigo, he visto cómo muchos jóvenes decidían buscar el perdón del Padre a través de la confesión, cuando les hablaba de que el Padre les esperaba con ilusión en el sacramento de la penitencia. En él encontraban la paz y, junto a ella, la alegría de saber que el Padre les había perdonado.
En el Evangelio de San Lucas se recoge la escena en que Dimas, el buen ladrón, alcanza la salvación al final de su vida.
El Padre le había esperado con paciencia hasta ese momento:
«Uno de los malhechores crucificados le insultaba diciendo: «¿No eres tu el Mesías?» Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro, reprendiéndole e increpándolo, le decía:
«Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena?…
Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo:» En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» ( (Luc. 23.39)
Pienso que no podemos juzgar a nadie en nuestra mente, Dios es Infinito Amor y esperará paciente a cada uno hasta el último instante; sin que nos esté permitido hacer juicio de lo que ha podido suceder en el interior de cada persona.
Si entramos en lo profundo de nuestra conciencia, vemos cómo el Padre nos espera siempre, lleno de paciencia, hasta que nos acercamos a Él en busca de su perdón.