Llorar. Y si lo haces, que sea de emoción, de alegría… Jesús ha resucitado. Camina para siempre a tu lado.
Basta ya de clínex, basta ya de lágrimas… Con Jesús de socio a nada ni a nadie debes temer.
«Comerse la cabeza». No busques entre manuales científicos, matemáticos o incluso teológicos, razones que te lleven a confirmar la resurrección de Cristo. Simplemente vive este hecho en tu corazón, deja que el Señor haga morada en tu vida. Tus dudas, tus preguntas, tus enigmas…desaparecerán.
Asustarse. No se trata de un fantasma; es el mismo Jesús que regresa para quedarse (esta vez para siempre) en tu vida…
No hay motivo alguno para alarmarse; todo lo contrario: con Jesús resucitado una gran paz interior y exterior embriagará por completo tu vida.
Sentirse débil. Se acabaron los achaques, si no del cuerpo, sí del alma… Un corazón resucitado nunca enferma, nunca se hace mayor, nunca muere…
Ponerse a resguardo. «No sea que me llamen loco si anuncio a Jesús resucitado. Que pase el chaparrón; después ya veré lo que hago…» No, no y no. Sal a las calles y anuncia con tu vida que el Señor ha resucitado.
Cerrarle el paso. No vas a conseguir nada. Como decía Peguy: la gracia de Dios es terca; si encuentra cerrada la puerta, entra por la ventana. No tengas miedo ni desconfíes. Deja que Él forme parte de tu vida; no te arrepentirás.
«Tumbarse a la bartola» creyendo que todo ha acabado… Y es todo lo contrario. Empieza a vivir de nuevo; eso sí, con una gran diferencia: desde ahora, Jesús vive en ti.
«Pasar la pelota». Al cura, al profesor, a tu padre, al catequista, al vecino… Ellos van a misa, ellos son buenos cristianos, ellos, ellos, ellos… Nada de eso: Jesús te necesita a ti; no pongas más excusas, te ha elegido a ti, «no escurras el bulto». Se valiente.