Con motivo de la fiesta de Pentecostés, que celebraremos este año el 27 de mayo, ofrecemos las siguientes reflexiones de San Juan de Ávila sobre el Espíritu Santo:
«Crió Dios el primer hombre y soplóle en el rostro, dióle resuello y espíritu de vida, y vivió… Fue hecho el segundo Adán, Jesucristo; y no solamente le dieron y tuvo espíritu para sí como el primer Adán, pero tuvo para otros muchos. Tiene Cristo espíritu vivificador, espíritu que da vida, que resucita a los que deseamos vida.
Vamos a Cristo, busquemos a Cristo, que Él tiene resuello de vida. Por malo que estés, por perdido, por desconcertado que seas, si a Él vas, si a Él buscas, te hará bueno, te ganará y enderezará y sanará… Para eso vine yo, para que los que vinieren a mí, los que me buscaren, los que me llamaren, tengan vida, reciban vida y resuciten.
– ¿Cómo da vida Jesucristo?
-Dijo El mismo: En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta…
-Si es puerta Jesucristo, ¿adónde hemos de entrar por Él?
-¿Adónde? Al Espíritu Santo. Yo soy puerta: quien por mí entrare hallará Espíritu Santo…Así como lo plantó Dios en Adán: quedó vivo, quedó con espíritu; así plantó en ti Jesucristo su Espíritu vivificador; darte ha vida…
El que no tiene el resuello de Cristo, por muy rico que esté, por muy poderoso, por mucha abundancia que tenga de todas las otras cosas, pobre está, flaco está, miserable está, no tiene a Cristo… No hay cadenas mayores para tener al Espíritu Santo que amar a Jesucristo. Y porque me amáis a mí -dice Jesucristo- el Padre os ama a vosotros, y porque me quisisteis bien. ¡Buen trueco, por cierto, el que Dios hace con el que ama y quiere bien a Jesucristo, que es darle el Espíritu Santo!
Y, porque los apóstoles amaron tanto a Jesucristo, sóplales dales el Espíritu Santo. Mejor soplo fue éste que aquel que dieron al primer hombre cuando lo criaron.
Estaban los apóstoles como hombres cobardes y flacos, y sopló Dios desde el cielo. Y así como crió a Adán del limo de la tierra, así regeneró a estos apóstoles bajuelos, llorosos, turbados, temerosos.
Piensa en Jesucristo, obedécele, ámalo con todo tu corazón entrañablemente, que por ahí entra el Espíritu Santo: que así lo dijo:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida» ( Jn.14,6).
Por Cristo pasamos al Espíritu Santo. La santidad que no pasa por Jesucristo no es ni la tengo por segura santidad…
¿De dónde espíritus falsos? ¿De dónde espíritus de errores? De pensar que hay otro modo de santidad que la de Jesucristo. Mirad bien no os engañéis, que para que algo sea santo, sea bueno y tenga firmeza, por allí ha de ir; y si por allí no va, todo es nada; El es el camino.
¿Qué hace el Espíritu Santo en las almas?
Pues venido el Espíritu Santo, ¿qué ha hecho en la Iglesia? ¿Qué ha obrado en los corazones de los creyentes en quien vino? Les dio vida, infinitos dones, esforzólos, en gran manera los perfeccionó.
En gracia se estaban los bienaventurados apóstoles, pero aun estaban llenos de flaquezas, no osaban públicamente confesar la verdad de Jesucristo, tenían algún temor; mas venido este santo soplo del Espíritu Santo, llenos de gracia y hechos fuertes, sin temor ninguno empiezan a predicar a los hombres los misterios de nuestra redención, obrados por la muerte y sagrada resurrección de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Imprimióles que siempre en su corazón se acordasen y tuviesen reverencia a Dios, como principio de donde manaron todos los bienes y misericordias.
Decid, casados, ¿tendríais envidia de alguno que tuviese tantas fuerzas, que tomase un quintal de plomo y lo arrojase hasta el cielo una barra de hierro y la pusiese encima de los cielos? Andáis desconsolados y tristes, pudiendo sacar, de la pesadumbre de vuestros trabajos que tenéis, descansos para el cielo. Tened paciencia en los trabajos de vuestros matrimonio y convertidlo todo en bien, subidlo todo al cielo; tened fuerza para arrojar esos quintales de plomo encima de los cielos. Cualquier trabajuelo que tengáis y paséis en vuestra casa, cualquier importunidad, cualquier desabrimiento, la mala condición que sufriereis de vuestra mujer, o de vuestro marido, o de vuestro señor, o de los que están en vuestra compañía, el trabajo que pasáis para sustentaros a vos y a vuestros hijos, decid: «¡Por amor de vos, Señor, huelgo de pasar esto!»
Alzad vuestros ojos y vuestro corazón a Dios, encomendaos a Él, ofrecedle vuestros trabajos, que yo os digo de verdad que recibiréis por todo galardón. El dormir que dormís, el comer que coméis y lo que bebéis, todo lo subid y enviad al cielo, haciéndolo y sufriéndolo por Dios, y encomendándoselo a Él, y ofreciéndoselo a Él, allá lo arrojáis.
Hacedlo así, y de esta manera lo pesado será liviano; el plomo, la tierra, subiréis al cielo. Y de esta manera, posible es que ganéis más en un año solo que otro en diez.
Que lo hace esto el amor con que lo hacéis y el saberlo encaminar al fin como se ha de hacer porque os pusieron en todo lo que hicieseis memoria de Dios y reverencia a su santa presencia.
«Es el Espíritu Santo un despertador-dice Cristo- que os enviará el Padre; y llámase Consolador y Exhortador».
Consolador, porque, aunque riña algunas veces, no se va sin dejar consuelo en el ánima que reprehende. Suele algunas veces este Consolador reprehender y reñir a las ánimas, como diciendo: «¿En qué entiendes? ¿Qué haces? ¿Por qué te descuidas? Cata que va mal eso, mira que conviene hacer tal cosa primero que ésa, dejar tal compañía, procurar la otra, comunicar con tales personas. Mira que se pasa la vida; haz el bien que pudieres, las limosnas que pudieres; pon por obra lo que se te ha enseñado. No se vaya la vida toda sólo en buenos deseos y pensamientos, y ninguna obra. Mira que se pasa la vida, y no sabes si te llamará Dios nuestro Señor en medio de tu mocedad. Cata no te halles burlado»; y así otras cosas de esta manera.
Si de esta riña y exhortación quedó vuestra ánima alborotada y desconsolada y con temores, no era aquello Espíritu Santo. No riñe sino para consolar; no riñe sino para que se enmienden y queden alegres con los avisos.
Si después de la riña, después de aquella confusión y lágrimas y vergüenza que tenéis de haber obrado contra el Señor, quedáis alegre, con confianza en el Señor, que no os ha de desamparar, que os ha de ayudar a ser mejor y os enmendará, esto tal del Espíritu Santo es; el Consolador ha entrado en vuestro corazón: Él os ha reñido, Él os quiere consolar: así lo suele hacer, dar tranquilidad después de los torbellinos y amor después del temor…
¿De dónde nació que los creyentes, al principio de la Iglesia, no podían sufrir hacienda, ni posesiones, ni dineros, ni nada de lo que ganado tenían? Vendían cuanto tenían, tomaban los dineros y daban con ellos a los pies de los apóstoles: «Toma ese estiércol». El grande amor que tenían en sus corazones y entrañas a Jesucristo y a su santa pobreza, les hacía menospreciar todo lo visible.
-¿Quién les pagó este amor? -¿Quién? El Espíritu Santo, que abundosamente había venido a sus corazones.
-¿Quién trocó la condición a fulano? ¿Quién le dio tanta paciencia? Que solía ser muy airado, no había quien se pudiese valer con él; ahora es un San Jerónimo, tiene un corazón de un ángel, a todo calla, todo lo sufre y disimula.
-El Espíritu Santo es el que hace todas estas cosas y más, que el ánima donde mora, la fuerza y consuela, y hácele innumerables bienes y misericordias…
Por fuerte que sea tu carne para mal, más fuerte es el Espíritu Santo para el bien…; por bravo que seas, te amansa; y por alto que seas, te derriba, y mata en ti y destierra todo lo que hay fuera y en contrario a Dios; y cría, aumenta y resucita todo aquello que agrada a Dios…Date pies ligeros como de ciervo para correr por el camino del Señor».
( S. Juan de Ávila . Sermón 29. Domingo de Pentecostés)