Dios Creador quiere que todos sus hijos participen de la fiesta y el amor en el banquete de la creación.
Pero hay una gran parte de la Humanidad que no tiene posibilidades de sentarse a esa mesa y tienen que alimentarse de las «migajas» que caen de la mesa de los poderosos.
¿Por qué hay tantos millones de hambrientos?
La pregunta interpela a los que celebramos el banquete de la Eucaristía. No podemos alimentarnos del cuerpo de Cristo y dejar morir a los que son parte del cuerpo místico de Cristo.
El banquete de la Eucaristía nos compromete con el banquete de la vida. Mientras haya pobres y hambrientos tenemos que interrogarnos sobre la verdad y vivencia de nuestro amor a Dios.
La nueva alianza:
En torno a la mesa, Jesús comunicaba sus sentimientos humanos y divinos; en aquellas comidas compartía la amistad y repartía la gracia y el perdón de Dios. Las comidas de Jesús tenían una cualidad especial: no excluyó a nadie de ellas y, de modo especial, comió con personas no aceptadas, desechadas por los demás.
Antes de partir de este mundo nos dejó un banquete especial: La Eucaristía, presencia suya y de su amor. Cuando reparte el cáliz, les dice a sus discípulos: tomad y bebed todos de él, el cáliz de mi sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna.
Dios hecho hombre trata al hombre como «aliado» y amigo y hace alianza especial con nosotros.
Las mejores alianzas no son las de los políticos o guerreros, sino las de los amigos y enamorados. Así son las alianzas de Dios con el hombre.
Dios manifiesta su amor apasionado y entregado al hombre y quiere que el hombre corresponda con todo su amor.
Cristo da su sangre, su vida, para decirnos hasta dónde llega el amor de Dios y para manifestar hasta dónde debe llegar el amor del hombre.
En Cristo esta relación de amor es definitiva -alianza eterna-; Él mismo es alianza viva, abrazo humano divino.
Hambrientos de pan:
Una persona que mendiga un trozo de pan es una criatura carente de los derechos más fundamentales; una persona mal nutrida, que llega a morir por hambre o enfermedades derivadas del hambre, no sólo es una miseria, sino una blasfemia o una tremenda injusticia, una crueldad inhumana, una perversión de las estructuras políticas, económicas y sociales.
Hoy tenemos alimentos suficientes para alimentar a una humanidad muy superior a la que existe; hoy tenemos medios para convertir nuestra tierra en un paraíso, hoy podemos hacer un mundo nuevo. «Otro mundo es posible». Pero nos falta voluntad y luz. Nos sobra inteligencia y nos falta corazón.
Aprender a mirar, a sentir y a dividir.
Hambrientos de palabra:
En el mundo desarrollado la carencia no es tanto de pan, sino de palabra. Ya dijo el mismo Jesús que no sólo de pan vive el hombre. En nuestras sociedades «desarrolladas» hay hambre no solo de la Palabra de Dios, sino de palabras que iluminen y humanicen.
Las palabras abundan, tenemos poderosos medios de comunicación y «demasiada» información. Pero estos medios muchas veces, en vez de formar, «deforman»; en vez de humanizar, embrutecen. «Necesitamos palabras-luz, palabras-belleza, palabras- encanto, palabras-libertad, palabras-vida».
Nos encontramos con una sociedad que consume palabras, imágenes, música, pero no saborea; hay carencia de ideales y valores.
Se ansia la alegría momentánea, pero hay desencanto y vacío.
Ya no se trata de no tener hambre de palabra, sino algo peor, no tener hambre de nada. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, de verdad, de libertad, de solidaridad, de amistad, de Dios.
Cristo, alimento que sacia nuestras hambres:
La Palabra se ha hecho carne. Se mezcló entre los hombres, nos enseñó su verdad, nos alimentó con sus palabras de vida. Se hizo para todos: camino, verdad y vida. Quien escucha a Jesús será iluminado y salvado.
Cristo-Palabra se hizo alimento eucarístico. Ahora sí que puede saciar nuestras hambres todas. Jesús se ofrece como pan de vida. Quien se alimenta de Jesús ya no volverá a tener hambre ni sed.
Quien come a Jesús ya no morirá.
Pero no podemos ser egoístas y contentarnos con escuchar y guardar la Palabra de Dios. Es necesario predicar la palabra a los demás. Hay que ser palabra encarnada, que la Palabra de Dios se haga carne en nosotros.
No podemos contentarnos con alimentarnos, hay que alimentar a los hambrientos, tienes que hacerte pan y luz para los demás.