Mientras pensaba en algo que escribir para la publicación del periódico parroquial de Almodóvar, una llamada de teléfono cambió completamente el rumbo de mis pensamientos. Fue D. Tomás, vuestro párroco de tantos y tantos años y mi maestro particular en momentos muy cruciales de mi vida quien me llamó un viernes por la tarde cuando ya cerraba mi tienda para decirme: Pilar, tengo que decirte que ya he decidido jubilarme.
Tras explicarme sus meditadas razones, comprendí que una etapa hermosa iba a cerrarse, algo que ya desde hacía tiempo sabía que tarde o temprano tendría que llegar.
Sin embargo, en esos momentos tuve muchos sentimientos cruzados; más bien creo que pasé por diferentes estadios; sorpresa, entusiasmo, pena, alegría, luego otra vez tristeza… no sé, si tuviera que definir un sentimiento único tras esa noticia, diría que finalmente prevaleció la admiración.
Conociendo como he tenido la oportunidad de conocer a D. Tomás, no me duelen prendas al decir que sólo alguien inteligente y prudente sabe cuándo debe dar el relevo. No es nada fácil tomar ese tipo de decisiones cuando tanta gente hemos necesitado a lo largo del tiempo su templanza y oratoria, tan certera y elocuente por otro lado, pero enseguida comprendí que no debía verlo desde mi propia necesidad ni tampoco desde la vuestra a sabiendas de que es mucho lo que ha hecho por nosotros, sino desde la suya, desde ese necesario tiempo que también él merece tener para, desde otra perspectiva, poder seguir contemplando la vida con el entusiasmo que él siempre lo hace, desde la ensimismada contemplación de la belleza que siempre ha sabido ver en cada cosa, en cada detalle, en cada persona…
No debemos ponernos tristes por ello, menos aún muchos de vosotros que seguiréis teniéndolo cerca ahí en vuestro pueblo, paseando por esas entrañables calles, charlando con vosotros, tomando algún que otro vino en el casino como buenos amigos y compañeros de charlas…¡¡ no sabéis la envidia sana que me dais ¡¡.
La tristeza, pues, no debe imperar en este caso. Sí, quizá los buenos momentos experimentados, las enseñanzas, todo lo que ha servido para mejorar la comunidad cristiana en la que nos hemos movido un poco todos…en fin, todo ese glosario de cosas que ha hecho de la etapa de D. Tomás y su hermano Leopoldo, algo memorable en Almodóvar del Campo y que, ahora, toca continuar a otro sacerdote. Esto no es más que otro ejemplo de vida en el cual una etapa da paso a otra y a otra sucesiva, sin que una anule a la otra o que todo parezca terminarse. Nada termina, todo continúa, es lo que se hace en llamar la inercia de la vida.
El futuro de esta publicación, lo desconozco. Comprendo que quizá haya que hacer otras cosas, o quizá no, quién sabe, los nuevos tiempos vendrán y se verá…pero en cualquier caso siempre he tenido la sensación y la tendré siempre de que, desde el momento que empecé a escribir en un hueco de este periódico, en el número 200 de julio-agosto de 2007, justamente 5 intensos años, me acogíais con agrado entre vuestras variadas lecturas.
Algunas veces habré estado más acertada que otras, desde luego, a veces os reconozco que era un autentico reto personal el tratar de contar cuanto rebullía en mi interior entre tantas y tantas inquietudes diarias, experiencias, malos tragos…pero finalmente, siempre había algo revelador que casi brotaba sólo llegándome incluso a sorprender hasta a mí misma.
Fue providencial, desde luego, que llegara hasta vosotros con mis modestos articulillos. Os agradezco de corazón tanta entrega y consideración con mi persona. Espero haberos ayudado alguna vez, desde luego, vosotros sí lo habéis hecho y D. Tomás, también.
Pero no pretendo que esto sea una despedida, no de esas en las que se dicen cosas bonitas para quedar con buen sabor de boca y luego continuar con otra cosa, quiero que al menos quede constancia de que hasta hoy, cuantos hemos compartido ha sido estupendo, enriquecedor y que, desde luego, nos ha hecho ser mejores personas. A partir de esto, queda continuar hacía donde Dios disponga…
Así, en cierto modo ha sido nuestro D. Tomás con la inseparable e inestimable ayuda de D. Leopoldo. Llamados los dos a reunir personas de muy diferente condición para que cada uno encontráramos el modo de traspasar esas puertas emocionales y espirituales que nos mantenían en cuartos oscuros. Criticados seguramente por algunos, pero querido por muchos, eso segurísimo.
Te jubilas D. Tomás, te retiras al dulce sosiego de la vida contemplativa a tus 75 años.
Ahora te toca hacer aquello que decía Don Miguel de Unamuno; «En vez de decir ¡ adelante! o ¡ arriba!, dí: Adentro!.
Reconcéntrate para irradiar, recógete a ti mismo para mejor darte a los demás todo entero e indiviso, para ello tienes que hacerte universo buscándolo dentro de ti ¡ Adentro¡».
Gracias, mil gracias por multitud de cosas.