Es curioso, siempre que desembalo un objeto de su caja de embalaje, simplemente me limito a sacar el contenido sin fijarme en el modo en que está colocado. Después llega ese momento en el que, si ha de volverse a colocar como estaba, inexplicablemente todo el contenido de esa caja parece no caber, o sobra algo, o lo encajo atropelladamente para terminar con esa absurda sensación de no ser capaz ni tan siquiera de poder cerrar la caja con todo lo que contenía ordenadamente en un principio.
El otro día, precisamente, me volvió a ocurrir. No tuve esa vez problemas en sí con el contenido, fue con las solapas de la caja; tenía un enrevesado sistema, o eso me pareció a mí en un principio que, al plegarse, en teoría deberían cerrar el embalaje, sin embargo, ahí me quedé, con unas solapas endiabladas que me dejaban en evidencia una vez tras otra.
Y pensé que si aquello se complicaba era porque no lo estaba haciendo bien, que me estaba empeñando en hacer difícil lo que sin duda alguna era mucho más sencillo.
Así fue, efectivamente, aunque no fui yo misma quien descubrió tal sencillez sino otra persona que, al observar mi torpeza, tomó la cajita y con dos movimientos precisos la dejó bien cerrada.
Esto fue una simple anécdota, quizá sin demasiada importancia, sin embargo decidí que podía ser todo un punto de inflexión a la hora de aplicarlo al plano vivencial en el que acostumbramos a vivir, porque cuántas veces no nos habremos complicado la vida empeñándonos en resolver las cosas por la tremenda, a bastonazos, a empujones, sin aplicar lógica alguna, sino por la ley de la tozudez, resolviendo casi siempre mal o de manera atropellada simplemente por salir del paso o salirnos con la nuestra.
Y aún más, cuántas veces no esperamos esto y aquello de las personas , experimentar tal o cual cosa como si, efectivamente, quisiéramos ver el contenido de esa figurada caja que es la vida y encontrarnos al final con demasiadas cosas, algunas difíciles de encajar y otras que no caben pero a menudo también obviando las cosas sencillas.
Fácil o difícil son conceptos una vez más bastante relativos.
Depende de la persona pero también de su entorno. Por suerte o por desgracia vivimos en sociedad, y eso nos somete a unos estereotipos en los que casi hay que encajar por narices, de ahí que tantas veces nos obliguemos a mantener una inercia de vida que nada tiene que ver con lo que nos rebulle por dentro, y es en estas ocasiones donde entra en juego la contrariedad, el desasosiego, la infelicidad provocando en nuestro interior un fluido desencaje que nos mueve continuamente a colocarnos y cerrarnos cuán cajas previamente desembaladas sin que muchas veces quepa adecuadamente todo en nuestro interior de un modo ordenado.
Pero no obstante sí podemos hacer siempre mejor las cosas, sí podemos evitarnos ciertas complicaciones y por supuesto, hacer fácil lo que es fácil sin más. Puede parecer demasiado ilusorio pero no lo es, simplemente se trata de darle cancha a lo sencillo como una esperanzada manera de resolver las cosas.
Cómo hacerlo es, una vez, más absoluta voluntad nuestra pero no hay duda que es necesario empezar por alguna parte y quizá sería bueno empezar por observar más, sobre todo las cosas sencillas pues descubriéndolas también se descubre el modo de simplificar.
Otro modo, tal vez, sea acumulando menos, al menos aquello que ocupa demasiado espacio o que ya no tiene vigor pues quien tiende a acumular mucho, termina por no abarcar todo, escurriéndosele por los lados las cosas pequeñas o en el peor de los casos las más importantes.
Pero no sé, no me resisto a aplicarle a lo fácil el sentido de la sensibilidad. Pienso que muchas cosas encajarían mejor, serían más entendibles, más fáciles de llevar a cabo si pusiéramos el corazón en ellas.
Cuántas veces no tenemos conflictos interiores o con nuestros semejantes por empeñarnos en no aplicar la sensibilidad, el tacto, la empatía….el sentir con el corazón al tiempo que nos metemos en la piel de nuestros semejantes.
Cuántas riñas absurdas, cuántos malos entendidos quedarían fuera de nuestra caja y cuánto espacio quedaría para lo sencillo, lo bueno sin más…, sin embargo, ¿qué hacemos?…complicarlo todo, afearlo todo, vivir atragantados por no observar mejor, por acumular trastos y escuchar un ego que por lo general nos distorsiona nuestra realidad y la de los demás.
Lo bueno que tiene el hombre es que siempre puede rectificar, al menos, de poder hacer mejor las cosas. También nos pueden ayudar otros, como me ocurrió a mí con la caja que me empeñaba en cerrar mal, enseñarnos el modo de hacerlo bien y fácilmente, pero lo que está claro es que si algo se torna complicado…¡ojo¡, algo podemos estar haciendo mal.