Hubo un tiempo, no sé si muy lejano, pero sí poco a poco olvidado, en el que las personas sabían vivir con lo necesario.
Todo el afán se reducía a mantener un hogar limpio, digno y con una despensa lo suficientemente nutrida para cubrir las necesidades alimenticias.
No tenían tal vez muchas comodidades, al menos de esas que te hacen la vida mucho más confortable; en las casas cabían los padres, los hijos y hasta los abuelos así hubiera que compartir espacios y tocar a menos en la mesa; los niños jugaban como niños, imaginando, inventando y transformando lo más rudimentario en un juguete.
Un tiempo sí, quizá pasado y al que hoy no queramos retornar porque la vida ha avanzado tanto que, en fin, vivir con lo necesario no es lo mismo hoy que en aquellos otros tiempos.
Hoy lo necesario es un concepto que es muy difícil de delimitar; hay tantas fórmulas como perfiles de personas en esta sociedad actual. Las necesidades se crean a partir del inconformismo del ser humano pero también de los estereotipos que también la propia sociedad va marcando. Es en este sentido donde debemos establecer nuestra propia escala de prioridades, o mejor dicho, de necesidades pues como bien dice un refrán castellano, no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita.
Pero claro, ese es el dicho, otra cosa es saber o al menos priorizar qué es verdaderamente lo que nos puede reportar tranquilidad interior, plenitud…quizá una casa acogedora equipada con toda una serie de comodidades, también una cuenta bancaria con un saldo nutrido, por supuesto un buen vehículo y los ya imprescindibles aparatos electrónicos punteros en nuevas tecnologías….o por el contrario, un sentido amplio de la vida donde lo material es únicamente el envoltorio pero lo esencial es lo que poseemos de verdad, nuestro ser.
Es aquí, en lo intrínseco de nosotros mismos donde reside todo lo que necesitamos, nuestra voluntad, nuestros actitudes, nuestros talentos…sin embargo, poco a poco como sociedad hemos abandonado estas nociones elementales, mejor dicho, las obviamos, de tal manera que hasta el simple hecho de ponderarlas por encima de todo lo material resulta hasta raro.
Hoy, en cualquier circulo de gente que se precie, hablar de modo trascendental sobre la creencia en uno mismo o del sentido de la vida desde la propia existencia vital, resulta manido y se podría decir que hasta caduco, y no porque en su fuero interno lo nieguen, más bien al contrario, saben que es dogma de fe, pero digamos que no es suficiente, que todo eso está muy bien de base pero hace falta más…éxito, bienestar, diversión, satisfacción, aceptación…valores que van unidos a una serie de condicionantes materiales que de alguna manera hay que buscar la forma de obtenerlos para sentirse perfectamente encajados en los parámetros de la sociedad actual.
Es así, de esta manera, el modo en el que nos vemos engullidos por un montón de accesorios y de espacios que decimos «necesitar» como si nuestra felicidad dependiera de ello. Y en esto no vale echarle la culpa a los jóvenes, no…no señores; no caigamos en esa fácil inercia de ver en nuestra juventud el inicio de ciertas decadencias: llevamos varias décadas escalando ciertos peldaños de dos en dos y hasta de tres en tres.
Hemos llegado al punto de soportar mal compartir un cuarto de baño, se han de tener dos y hasta tres en un hogar.
De igual manera cada uno debe tener su habitación individual para hacer de ella su microespacio. No nos basta un teléfono fijo, ni una televisión, ni un ordenador para toda la familia….hoy necesitamos cada uno un teléfono móvil, un ordenador portátil, una televisión en nuestra habitación…y sin todo eso, podemos llegar a ser tremendamente infelices, insatisfechos o a lo peor, eso que siempre me ha hecho mucha gracia; marginados sociales.
Si, sí…marginados sociales porque hemos llegado a un punto de necedad tal que, no sólo nos ahogamos por tener lo mismo que los demás, sino que además juzgamos con cierto menosprecio y superficialidad a quienes por circunstancias adversas no se dotan de todos esos accesorios que nosotros sí tenemos.
Analicemos esto, hagamos auto examen por un momento y pensemos en la tremenda espiral de lo superfluo en la que vivimos. Todo esto nos está haciendo perder el rumbo hacía lo esencial incluso nos está haciendo perder el valor de la sencillez. ¿Dónde queda nuestra voluntad ante tanta dependencia? ¿Dónde quedan nuestras actitudes existenciales ante tanta superficialidad?
Se podría decir que nuestras metas incluso han cambiado con respecto a esos otros tiempos quizá no tan lejanos en los que se trabajaba para mantener una familia unida dignamente y un hogar donde vivir. Hoy se trabaja para tener una casa y comprar otra después más grande, mientras que la familia como célula importante en la sociedad se descuida en beneficio de un mayor éxito personal, laboral y económico.
Cuántos niños y adolescentes están creciendo en habitaciones para ellos solos llenas de juguetes, con videoconsolas, móviles, ordenadores portátiles … viviendo en su submundo virtual de las redes sociales.
Cuántos adultos viven de igual manera, preocupados por adquirir el nuevo iphone o un nuevo coche, objetos y más objetos de los que se hacen totalmente dependientes y esclavos, porque lo peor de todo esto es que no se acaba nunca, cuándo se tiene lo último de lo último, al mes o a los dos meses ha salido algo que lo supera y comienza de nuevo la inquietud por adquirirlo si para colmo un amigo o familiar ya lo tiene y habla maravillas.
En definitiva, que aunque no nos estemos dando demasiada cuenta, aunque algunos digamos que con nosotros lo superfluo no tiene su cabida, lo cierto es que en mayor o menor medida vivimos inmersos en la vorágine y el poder de rodearnos de más y más accesorios en nuestra vida sin que al final eso tampoco nos haga sentir plenos ni felices.
Y es que, no corren precisamente tiempos boyantes de esos en los que muchas personas puedan dar rienda a tanta necesidad creada, de ahí también la frustración en la que vivimos sumergidos actualmente, la depresión, la zozobra por el futuro…
Quizá esos otros tiempos pasados no fueran mejores, o sí lo fueran, quién sabe, pero una cosa es bien cierta, sabían vivir con menos y aprovechar mejor lo que tenían.
Nosotros hoy, de tanta preocupación por tener, ni disfrutamos lo que tenemos, ni lo sabemos compartir, y lo peor, terminamos por no saber ni lo que queremos, y eso, pongámonos como nos pongamos, es una pena.
Si esto se considera avanzar, yo lo siento mucho pero creo que va siendo necesario plantearse bajar de este tren cuyo destino es llegar al insatisfecho mundo de lo superfluo.