La Navidad es la fiesta familiar por excelencia.
La fiesta que gira alrededor de los más pequeños de la casa, los que más la disfrutan, porque lo hacen plenamente.
Según pasan los años, la Navidad va adquiriendo matices, sin que deje de ser una fiesta entrañable. Así, al menos, la he vivido yo.
Huérfano, desde muy pequeño, recuerdo las fiestas que organizaba mi madre; nos daba a cada hermano la tapa de una cazuela, una sartén o cualquier elemento de la cocina, que pudiera hacer ruido, y una cuchara.
Luego, cantábamos, con buena voluntad y entusiasmo, los villancicos. Otra cosa era que los cantásemos con buen oído. La verdad es que lo pasábamos muy bien.
La cena era la clásica de pollo o cordero al horno y el turrón de Alicante o de Jijona. Luego, como colofón de la fiesta, asistíamos a la Misa del gallo.
El día de Navidad trascurría con más normalidad; creo que comíamos con mis abuelos y tíos, aunque no lo recuerdo de una forma especial.
Al casarme, cambió el panorama en parte; lo celebraba en casa de mi mujer y las costumbres eran distintas; allí venía de visita «Papá Noel», con regalos para todos en el árbol navideño. No cambiaba el ir a la Misa del gallo.
Era también una fiesta familiar y agradable.
El transcurrir de la vida me llevó a encontrarme con el sacerdote que celebraba la Misa del gallo. Me encontraba en una Residencia de la Armada en Madrid y todos los que vivían en ella marchaban a sus casas en aquella fiesta.
Era una cena íntima, con menú especial y conversación normal. Pero había un hecho especial esa noche: el «pater» y yo marchábamos a la capilla de la Policlínica naval, próxima a la Residencia; allí ayudaba como monaguillo a la celebración de la Misa y hacía las lecturas correspondientes.
Esto era especial: Recordaba de modo íntimo el Nacimiento de Jesús; nada ajeno al Nacimiento se interponía en mi mente; diría que era la Nochebuena por excelencia.
Ahora llevo ya diez años en la residencia en que me encuentro. La cena es como siempre, a las ocho de la noche, el menú es especial, la vajilla también; el comedor y la mesa están adornados; reina un ambiente muy familiar; nos acompañan hijos y nietos, que luego celebrarán su propia fiesta.
Una cosa es especial, por la tarde celebramos un belén viviente, en el que participamos prácticamente todos los residentes: Están María y José; no falta el ángel que anuncia el Nacimiento; participan unos pastores que obsequian al niño con productos propios, pan, leche, queso y miel. Acuden también los Reyes magos con sus regalos de oro, incienso y mirra.
Hay un hecho cierto, las diferentes celebraciones de la Navidad, que he contado, han sido todas igual de positivas a pesar de su variedad. El Niño Jesús ha estado siempre presente.
En otro orden de ideas y ante la Navidad, podemos plantearnos lo afortunados que somos de haber nacido en esta época de la historia de la humanidad.
El tiempo viene definido por el Nacimiento de Jesús.
Hay una época que se puede ver perdida en el tiempo y cuya duración es imposible de determinar y que llamamos «antes de Cristo». Una cosa es cierta, es muy larga.
Tenemos otra fecha muy definida y más corta: «después de Cristo».
Uno es libre de soñar y puede pensar si le hubiese gustado estar en Belén, el día de la Navidad primera. Puede decir que sí. Vamos a vivirlo por un momento.
Indudablemente, en el mundo fue un día más, en nada diferente al resto de los demás días.
En Belén no sabemos si oyeron al ángel anunciar el Nacimiento de Jesús; lo que sí sabemos es que no lo escucharon, estaban muy a gusto en sus casas.
Tendríamos, pues, que estar con los pastores.
Es posible que alguna de las mujeres hubiese ayudado a María a dar a luz y, al escuchar al ángel, pudieran indicar a los pastores dónde se encontraba el Niño y acompañarles; le encontrarían «acostado en un pesebre»; así lo habían dejado. Lo acompañaban María y José.
Llegaríamos con los pastores y encontraríamos un matrimonio joven, con pocas cosas, sólo las imprescindibles y a un bebé apaciblemente dormido entre paja fresca en un pesebre. Le adoraríamos junto con los pastores.
Del sueño podemos pasar a la realidad. Tenemos una ventaja notable. La fe nos dice que en la misa del gallo podemos adorar al Niño, que en la eucaristía está Jesús en cuerpo, alma y divinidad, el mismo que adoraron los pastores.
Podemos añadir otra realidad profunda: volviendo la mirada a nuestro alrededor, nos encontramos con Jesús: en cualquier lugar donde se encuentre nuestro prójimo; podríamos decir más, en donde menos nos apetezca humanamente, lo encontraremos.
Si Jesús se dedicara a escoger, entre nosotros, los que merecemos su atención,¡pobres de los que quedaríamos fuera! Pienso que hay un hecho cierto: el Padre se vuelca, busca, abraza y da una fiesta en su honor del que, estando más alejado, decide volver a Él.
A lo largo de la vida he conocido a muchas madres y padres que volcaban de una manera especial al hijo que más lo necesitaba.
Dios, en este sentido, es un Padre-madre que lo practica a tope; sirve de ejemplo la parábola del «hijo pródigo».
Podemos volcarnos, al celebrar la Navidad, en los más pequeños y no sólo podemos, sino que debemos.
Pero, al montar el nacimiento, costumbre muy bonita y que no se debe perder, explicaremos el auténtico sentido del portal.
Allí se encuentra Jesús; es un bebé, pero un bebé muy especial, es la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios hecho hombre.
Jesús, por amor a todos nosotros, se hizo bebé y así pudo alcanzarnos el perdón del Padre, necesario después del pecado de Adán y Eva y de nuestras faltas y pecados.
Hay que contar a los niños cómo los pastores acuden a adorar al Niño, tras el anuncio del ángel de que ha nacido el Mesías.
Deberemos rezar con ellos alguna oración sencilla en honor del Niño.
También, explicarles cómo los Reyes Magos emprenden un largo viaje, detrás de una estrella muy especial, que les guía hasta Belén y le regalan al Niño oro, incienso y mirra.
Hay que hacer comprender a hijos y nietos que la Navidad es la gran fiesta de los cristianos en la que lo más importante es celebrar el Nacimiento del Niño-Dios.
Para todos mis lectores, os deseo un buen Adviento y una feliz y santa Navidad.