«Reina mía, ¿por qué ponéis a vuestro Hijo en el pesebre? Ya sé por qué lo hizo El. Deseo saber por qué lo hiciste vos…En los brazos de su Madre más resplandece y más hermosea a su Madre que el cielo ni la tierra ni que las estrellas.
¡Bienaventurados ojos que os merecieron ver! Una cosa muy linda: la Virgen y el Niño con ella, a su cuello; una Luna vestida con un Sol. No hay cosa más hermosa de ver. Rogad a la Virgen que os dé ojos para saberla mirar. Cuando yo veo a una imagen con un Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas…
Y cuando la Virgen veía en sus brazos aquel Señor de cielo y tierra, igual al Padre y al Espíritu Santo, de agradecimiento muchas veces creo que lloraría, y las lágrimas corrieron por su cara, y vendrían a la cara del Niño y se la lavarían. «¡Que tengo en mis brazos al que me crió!» Sabíalo agradecer. Amaba a su Hijo más que a sus ojos…
¡Bendita seáis vos y benditas vuestras entrañas, y el Niño, y quien os bendijere y amare sea bendito!…¿Qué te debemos Santa de las santas, Amorosa de las amorosas? ¡Que te dé Dios a su Hijo en tus entrañas, y tomas el Niño y lo mantienes para nosotros!
Pensando estaba la Virgen cuando lo envolvía y lo tenía en sus brazos: «Este Cordero estoy manteniendo para los hombres; yo trabajaré, tejeré y hilaré de mis manos para mantenerlo para los hombres«.
¿Y que no te agradezca yo que me diste un Cordero mantenido treinta y tres años, Cordero gordo sin mancha?…
¡Enhorabuena venga tal día en el cual el Padre Eterno nos da a su Hijo, y su santa Madre también, y el Niño lo ha por bien! ¿Qué resta sino que, echando yo de mí los pecados, reciba yo este Niño y lo ose llamar de aquí adelante con gran regocijo: Niño mío y Dios mío?
Alegrémonos e imitemos al Niño de Belén
La Verdad de Dios viene al mundo y desde esta noche comienza a caminar; y si miráis cuan ciegos están los caminos de las virtudes que llevan al cielo y cuán grande es la vanidad y mentira que en el mundo se usa, la cabeza se os desvanecerá y la virtud de los ojos se os turbará, como cuando miráis mucha nieve, y otro remedio no tenéis para acertar el camino sino mirar dónde este Niño pone los pies y caminar por allí. Mirad su humildad, su mansedumbre, su caridad, su obediencia, que lo que pone por obra, eso predicará cuando grande.»
San Juan de Ávila (Del Sermón de Navidad)