Podemos desglosar la palabra: «cumplimiento» en otras dos: «cumplo» y «miento», que son similares en la pronunciación, pero muy distintas en la aplicación.
¿Cuándo se produce este hecho?
-Cuando cumplimos aparentemente lo que hay que hacer; pero no hacemos lo más importante, que es cumplir la voluntad del Padre.
Por ejemplo: voy a misa con frecuencia, hago mis oraciones, pertenezco a algún movimiento de la Iglesia; pero me olvido del prójimo, lo critico o no perdono sus ofensas.
Jesús es taxativo en este tema del cumplimiento; así nos lo dice el Evangelio ( Mat. 5,23):
«Si en el momento de presentar tu ofrenda en el altar de Dios te acuerdas de que tu hermano tiene algo en contra de ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano. Luego podrás volver y presentar tu ofrenda».
Por otra parte, cuando nos enfrentamos al cumplimiento de lo que el Padre espera de nosotros, es necesario tener presente que no se trata de una imposición. Desde nuestra libertad podemos escuchar al Señor o inclinarnos por lo que nos apetece, con sus consecuencias.
Si obedecemos al Padre seremos nosotros los beneficiados, como también los miembros del Cuerpo místico.
Si nos inclinamos por lo que nos apetece, no sólo perderemos nosotros, sino también los miembros del Cuerpo místico.
Jesús en cuanto al cumplimiento también dice:
«No todos los que dicen: «Señor, Señor» entrarán en el reino de Dios, sino los que hacen la voluntad de mi Padre celestial» (Mat. 7,21).
A mí personalmente esta frase me preocupa, porque me obliga a plantearme hasta qué punto, además de invocar al Padre, hago lo que Él desea que haga.
San Juan en su primera carta 4,20 dice:
«Si alguno viene diciendo: «Yo amo a Dios», pero al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no es capaz de amar al hermano, a quien ve?»
Toda persona, todo prójimo es una presencia del mismo Jesús.
Así lo encontramos en el relato del juicio final: Tuve hambre y me diste o no me diste de comer; tuve sed y me diste o no diste de beber, estaba denudo y me vestiste o no me vestiste…porque lo que hiciste o no hiciste a los demás, lo hiciste al mismo Jesús.
Es muy bueno y muy necesario darse cuenta de que el prójimo es la presencia del mismo Jesús.
También nos dijo Jesús (Mat. 5,47):
«Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?»
En el salmo 1º encontramos el premio a los que cumplen lo que el Padre desea:
“Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan su hojas
y cuanto emprende tiene buen fin.»
Quizás nos preguntemos cómo andamos sobre el cumplimiento de la voluntad del Padre y es posible que tendamos a cerrar la puerta a esa pregunta, porque nos asusta o no resulte poco agradable.
Pienso que hay que dar gracias a Dios si nos la planteamos con frecuencia, todos los días, será señal de que nos funciona la conciencia y está presente en nosotros el Espíritu del Señor.
Este examen de conciencia nos conducirá a considerar un pecado que se nos puede escapar: el de la omisión; haber dejado de hacer lo que deberíamos cumplir, bien pereza o por comodidad.
Yo, personalmente, en la Residencia me encuentro con este pecado a la hora de comer o de cenar.
Pienso que puedo ayudar a las personas que están en silla de ruedas a acercarse al comedor, estoy viendo un programa de televisión o leyendo un libro y no me apetece dejarlo.
Si me vence la comodidad, me doy cuenta que no hago lo que corresponde.
Si yo dejo de hacerlo, otro residente o una auxiliar lo harán; pero esto no me sirve de consuelo, pues si yo no lo he hecho, he omitido una labor bonita.
Podemos pensar que son pecados sin importancia, pero la tienen, pues son la base de mis relaciones con el Padre.
Sonreír cuando no apetece; decir una frase agradable cuando se tienen ganas de decir lo contrario; acompañar a quien está solo; escuchar mucho y hablar lo justo…; indudablemente hay mil formas de cumplir la voluntad del Padre.
La santidad no consiste en hacer grandes cosas; se alcanza normalmente a través de las pequeñas cosas de cada día, hechas con amor.
La Virgen María tiene la máxima santidad y su vida transcurre en una permanente «noche oscura». Los evangelios hablan poco de ella, pues su vida fue sencilla, como la de cualquier vecina: cuidar la casa, guisaría, iría a por agua a la fuente y lavaría la ropa, atendería al necesitado…; y todo hecho con una amor extraordinario.
Jesús es nuestro camino hacia el Padre y su vida oculta, que abarca la mayor parte del tiempo que estuvo en la tierra, es un modelo para nosotros.
La primera vez que se presenta en la sinagoga de Nazaret y lee el pasaje de Isaías, que habla del Mesías, cuando Jesús dice que este pasaje se refiere a Él y que en ese momento se cumple, sus paisanos se preguntan si no es el hijo de José, el carpintero, y su madre es María a la que todos conocen.
No cabe duda que el mejor camino para llegar al Padre será «cumplir» su voluntad, como hicieron Jesús, María y José y tantos otros santos y santas de la historia.