Eran las 11.35 de la mañana del lunes 11 de febrero y Benedicto XVI clausuraba un Consistorio, una reunión de cardenales.
En este contexto el Papa anunció que a partir del 28 de febrero, a las 20 horas, la Sede de San Pedro «quedaría vacante y deberá ser convocado… el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice».
Entre los que le escuchaban, se hacía visible el asombro, el estupor, profunda sorpresa.
Los medios nos han explicado que «no ha renunciado al pontificado porque esté enfermo, sino por la fragilidad que conlleva el envejecimiento».
Cómo no recordar durante el Pontificado de Benedicto XVI el mensaje de Dios y su misterio.
Ratzinger ha proclamado el nombre de Dios a todas las naciones. El hombre de hoy ha olvidado a Dios y el Papa era lo primero que hacía cuando llegaba a un país. Parecía que era la mejor medicina que podía ofrecer a la sociedad que visitaba.
He aquí una muestra de sus palabras:
«La Iglesia siempre se renueva, renace siempre. ¡El futuro es nuestro!… Hay un falso pesimismo que dice: «El tiempo de la cristiandad ha terminado». ¡No! ¡Se inicia de nuevo!… Aunque aquí y allí la Iglesia muere por los pecados de los hombres, y a causa de su incredulidad, al mismo tiempo, nace de nuevo. El futuro es de Dios: esta es la gran certeza de la vida» (Benedicto XVI).
No solo de pan vive el hombre. El futuro es de Dios, esta es la gran certeza de la vida. Es bueno creer en Jesús. Abramos el corazón al Maestro, Él es el único que tiene palabras de vida eterna.
Pidamos por Benedicto XVI, demos gracias al Señor por el don de su vida. Y pidamos al Espíritu Santo para que ilumine a la Iglesia en un nuevo pontificado que se avecina.
«No podemos conformarnos con menos que con Cristo» (Benedicto XVI).
Estamos ante una nueva experiencia de la Iglesia.
Ha habido contadas ocasiones en las que un Papa ha renunciado y muy diferentes las motivaciones, a veces un tanto extrañas y anómalas.
La reacción mundial ha sido muy positiva.
Ha habido muy pocas opiniones que no hayan visto bien esta decisión de Benedicto XVI. Incluso es interesante observar cómo la gente está despidiendo al Papa en estas últimas celebraciones.
Las pancartas que se observan en la Plaza de San Pedro son elocuentes, los rostros de la gente son de emoción, de tristeza y de agradecimiento.
Nunca los católicos nos habíamos encontrado con un hecho semejante.
Dicen que ya Pablo VI pensó en renunciar.
Incluso Juan Pablo II consultó a los nuncios sobre la posibilidad de renunciar. No se llevó a cabo.
Recuerdo en Estados Unidos hablando con un nuncio me dijo que en los últimos meses del Papa Juan Pablo II le consultaron a él y que él estaba de acuerdo en la renuncia. Era tan penoso verlo en la Plaza de San Pedro.
El legado de Benedicto XVI
He seguido las huellas de Benedicto XVI. He leído muchos discursos pronunciados en sus viajes por Italia y por las distintas naciones que ha visitado. Puedo asegurar que en mi ordenador tengo varias carpetas con este título: BENEDICTO XVI. Ante este panorama me arriesgo a señalar algunas constantes en su magisterio papal.
Tengo que ser consciente de la limitación del escrito.
La persona de Jesús como centro del mensaje cristiano. El cristianismo es, en primer lugar, una persona: Jesús. En este sentido habría que recordar los tres volúmenes que ha escrito sobre «Jesús de Nazaret». En el segundo volumen afirma que lo ha escrito para «acercarme a la figura de nuestro Señor de una manera que pueda ser útil a todos los lectores que desean encontrarse con Jesús y creerle» (p.10).
La fe y la cultura tienen que entrar en diálogo. Una fe que no se arrima a la cultura tiene el peligro de hacerse fanática. Y una cultura que rechaza la fe se hace arrogante, como si fuera ella la única palabra válida sobre Dios, el hombre y el mundo. Fe y cultura no están en lucha sino que se complementan y se fecundan mutuamente. No puede prescindir la una de la otra.
«Sería fatal, si la cultura europea de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad. Falta de vínculos y arbitrariedad no son la libertad, sino su destrucción«.
«Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo«.
En sus encíclicas ha resaltado los valores esenciales del cristianismo: la fe, la esperanza y el amor. No se ha ido por las ramas. Benedicto XVI ha puesto de relieve el carácter comunitario y social de la fe cristiana. No se puede separar el amor a Dios y el amor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Fe, culto y ética tienen que caminar unidos. El amor concreto, la justicia, la solidaridad con los más pobres no es algo marginal en el cristianismo. Cuando la Iglesia defiende estos valores, no es que descienda al terreno de la política, sino que está defendiendo los valores auténticamente evangélicos.
Damos gracias a Dios por el pontificado de Benedicto XVI. Ha sido luminoso y ha clarificado lo que significa ser cristiano hoy, en el mundo que nos ha tocado vivir. Algunos escritores han dicho que Ratzinger ha sido un Papa sabio, docto, teólogo… en definitiva ha puesto de relieve que Jesús es la luz del mundo. Que merece la pena ser creyente.