Existe algo muy pequeño pero grande a la vez en nuestro interior que se llama conciencia. Es pequeña cuando la ignoramos o pasamos por encima de ella, pero muy grande cuando la escuchamos pues ocupa todo nuestro ser y nos obliga a ser buenas personas.
Pero en ese tremendo acontecer de la vida, que tanto nos engulle en la mera supervivencia social, a menudo nos encontramos con situaciones que nos hacen zozobrar entre la línea de lo correcto y lo incorrecto. Es como un debate constante en nuestro interior.
No siempre, seamos sinceros, es sencillo elegir lo correcto, máxime cuando a diario vemos cómo la maldad, las malas artes, el engaño, la mentira y hasta la hipocresía parece gozar de más éxito que estar en simbiosis equilibrada con la buena conciencia.
Es precisamente esta distorsionada imagen de lo que vemos lo que nos invita de una manera muy pero que muy tentadora a no escoger siempre hacer lo correcto a pesar de que, al final, es lo que más nos puede reconfortar.
Hace unos días, sin saber cómo ni quien, me colaron un billete falso de 50 euros. En el momento que se corroboró su falsedad, en mi cara se me iba un color y se me venía otro. Lo miraba con atención con la incredulidad propia de quien había sido demasiado confiada ante una imitación tan escrupulosamente perfecta. Pero, efectivamente, era falso, y lo siguiente fue pensar qué hacía con ese billete.
No voy a mentir; lo primero que pensé fue colarlo yo también en algún lado, ese billete suponía perder de mi bolsillo cincuenta euros, algo que no me parecía justo.
Estuve días rumiando esa bola un tanto indigesta que tenía en mi cartera. Sopesé incluso lugares en los que, previsiblemente, pudiera colocarlo sin dificultad, pero en mi haber tengo un riguroso problema de actitud.
Me imaginaba pagando en algún lugar con ese billete e inevitablemente imaginaba también mi postura en ese momento, seguramente inquieta, nerviosa, con algún que otro rubor en la cara…no sé, no me gustaba imaginarme de ese modo y mucho menos que al final me dijeran la temida conclusión: este billete es falso.
Eso, primariamente, me hacía declinar en el empeño, pero por otro lado también aparecía otra cosa tremenda en mi conciencia. Un mal no se arregla con otro mal, mucho menos conscientemente, y de algún modo siempre he pensado que una mala actuación, al final, puede resultar reversible o castigadora con otro mal peor, así pues, finalmente decidí hacer eso que se hace en llamar » deber ciudadano», cogí el dichoso billete falso y lo llevé al banco para que lo retiraran de la circulación y así evitar que continuara ese viaje de mano en mano con sus correspondientes bochornos y zozobrantes conciencias de otras personas tan ingenuas como yo.
Perdí quizá cincuenta euros, dinero que decidí pensar que me había gastado de algún modo sin más, pero lo cierto es que me sentí serena conmigo misma y pensé también que había cortado de raíz un engaño que ya iba a dejar hacer mal a otras muchas personas.
Esto no me convierte en mejor persona que cualquier otra que hubiera tomado otra alternativa, pero sí que experimenté una sensación agradable que compensaba a la otra que tanto me había hecho zozobrar.
Pero sin duda, la lección mejor aprendida de esta experiencia es que la línea entre hacer lo que en conciencia te pide tu fuero interno, es decir lo correcto, y la enajenación para actuar de otro modo menos correcto, es muy delgada, demasiado vulnerable, pero siempre hay opción de elegir, no hay excusa posible ante uno mismo si se decide no escuchar nuestra conciencia.
Ayer mismo, una amiga me contó que al aparcar su coche en un aparcamiento de un centro comercial, con las prisas creyó meter la llave del coche en su bolso pero en realidad lo que ocurrió es que se deslizaron hasta el suelo sin que se diera cuenta.
Al volver a por su coche, se encontró una nota en el parabrisas que le decía: He encontrado la llave de su coche en el suelo y la he llevado al punto de información del centro comercial para que usted la pueda recoger.
Mi amiga, ante aquel gesto pensó: Qué suerte he tenido.
Menos mal que aún existen buenas personas… Hay buenas personas, efectivamente, pero yo digo también que hay gente con conciencia, y eso no cabe duda que hace que este mundo siga teniendo esperanza.