Es difícil hincar el diente a un clásico: el lenguaje, las palabras que usa, la cultura, las ideas, las experiencias… distan mucho de nuestros esquemas. Se necesita un tiempo para familiarizarse con su realidad.
Cuando uno atraviesa esa dura corteza, se encuentra con la sabiduría de un clásico. Entonces uno puedo leerlo una y otra vez. Siempre te dice algo nuevo. Sucede como la música clásica, siempre nueva y siempre vieja.
Al entrar en los escritos de Juan de Ávila, en definitiva son las verdaderas reliquias, uno se encuentra con su alma, con el centro de su vida, con la motivación más profunda: la persona de Jesús.
Las páginas más bellas del Maestro Ávila, son las que dedica a Dios, a Cristo. Son interesantes los nombres que da al Hijo de Dios. Su predicación está transida de esta experiencia.
Esta es una de las lecciones que he aprendido: la Iglesia no debería cansarse de anunciar el nombre de Jesús.
Es importante observar que en muchas imágenes y cuadros del Santo, aparece el Crucifijo mostrado al mundo. Este sería su mensaje, su experiencia y la intención prioritaria de nuestro paisano. Todo lo demás pasa a segundo plano.
El Maestro Ávila me ha enseñado que la oración es fundamental, que sin ella la Iglesia está jugando a la evangelización.
Peor todavía, sin la interiorización, la predicación del Evangelio se convierte en adoctrinamiento.
Y la verdad es que cuando nuestros coetáneos lo perciben huyen como del mismo demonio.
Nuestro Santo será una persona orante. Los que le conocieron de cerca hablan que dedicaba a este quehacer cuatro horas todos los días.
Cuando la gente se arrimaba al grupo de sacerdotes que seguían al Santo de Almodóvar, lo primero que aprendían era a orar, de aquí nacía todo su apostolado, que por cierto era intenso y arrastraba a mucha gente.
En sus cartas, pequeños tratados espirituales, recomienda la oración con mucha frecuencia, incluso da pistas y recursos para orientar al orante y hacer más fácil su camino.
Asomarse a los escritos del místico Juan de Ávila uno se da cuenta que cita la Biblia a cada paso. Él se confiesa admirador y discípulo de san Pablo. Los escritos del Apóstol ejercen una influencia considerable en su vida.
Esta lección del Maestro me parece interesante para la Iglesia de hoy. Necesitamos que la Biblia sea nuestra primera lectura. Todos los movimientos de renovación han tenido ciertas constantes y coincidencias, una de ellas es el recurso a la Palabra de Dios.
Hay una carta del Santo que recomienda el orden de lectura de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento. Hay otra cosa que llama la atención a todo lector que se acerca al Apóstol de Andalucía.
San Juan de Ávila es un hombre de culto. De hecho fue alumno de las mejores universidades que había en Europa. Frecuentó las aulas de la Universidad de Salamanca y Alcalá de Henares. En sus sermones cita autores religiosos y profanos. La cultura en el clero fue su gran preocupación.
Hoy la Iglesia está facilitando el diálogo entre la fe y la cultura. La escuela avilista va equilibrar admirablemente la piedad y las letras. Una fe que no está abierta a la ciencia tiene el peligro de hacerse fanática. Y la razón que no se abre a la fe tiene el peligro de hacerse arrogante. Como si ella fuera la única palabra que se puede pronunciar en la sociedad. Fe y cultura tienen que caminar juntas como buenas hermanas.
Querido Juan de Ávila:
¡Qué bien nos ha venido este Año Jubilar!
En tu persona se ha derramado prodigiosamente el Espíritu de sabiduría.
Tú has pisado nuestras calles y te enlodaste con el barro de nuestra tierra.
Tu magisterio no ha muerto, tú sigues vivo en tus escritos, donde nos llevas de la mano a conocer a Cristo que es la experiencia más sabrosa del creyente.
Danos el don de la oración para que nosotros también seamos amigos del Señor.