Concluido el tiempo pascual, nos hemos acercado a la celebración de la festividad del Corpus Christi; una fiesta que pone la Eucaristía como el centro de la existencia cristiana.
Celebrar el Corpus es confesar a Dios Trinidad y declarar que Cristo está vivo y resucitado con un modo de presencia real, verdadera y cercana a nosotros.
Por las manos de los sacerdotes, en cada Eucaristía el Padre Dios envía el Espíritu sobre el pan y el vino para que asimilen y contengan la presencia de su Hijo vivo. Así, contemplar la sagrada forma es ver al mismo Cristo resucitado.
Él viene a la Eucaristía a encontrarse con nosotros para hablarnos en su Palabra, para que lo recibamos y para que nos inunde y nos trasfigure con su ser. Así, la Iglesia, al recibir el Cuerpo de Cristo, se convierte en Cuerpo de Cristo; en su presencia sacramental en el mundo.
Como bien dice el Papa Francisco, la Iglesia no es una mera asociación, ni tampoco una ONG más. La Iglesia es el sacramento de Jesús porque en el Eucaristía recibe su Cuerpo y se hace uno con Él.
Comulgamos para hacer vida la vida de Cristo que recibimos. Esto nos tiene que hacer pensar que la digestión y asimilación de esta santa comida constituye un desafío, un compromiso y una misión: hacer vivir en nosotros al Cristo que recibimos.
Esta comida divina tiene, a la vez, un punto de subversión porque existe para transforma a quien la recibe.
La Eucaristía nos conduce a descentrarnos del propio yo – el yo cerrado y centrado en sí mismo- para trasfigurarlo en el yo de Jesucristo y, mutua comunión con Él, hacer de nuestro yo un yo oblativo con el suyo: un yo ofrecido a Dios y a los demás.
Seguir el mandato del Señor de «haced esto en conmemoración mía«, no consiste en realizar una reunión piadosa en la que se escuchan textos bíblicos y se realizan serie de acciones rituales y simbólicas.
Cumplir ese mandato significa continuar la entrega de Jesús que salva al mundo. Cristo nos dice: «No os pido que con vuestras fuerzas cumpláis el mandamiento del amor, sino que me incorporéis a vuestras vidas; para que desde vosotros yo siga salvando al mundo con el amor del Padre».