Aunque pueda parecer que todo está inventado o establecido, lo cierto es que hacen falta ideas brillantes, diferentes, de esas que encienden la chispa de la curiosidad y motivan a ver la vida con optimismo y ganas de renovar, innovar, en definitiva, de evolucionar.
Cada vez que alguien me dice que todo está muy mal, que esto no tiene buena pinta ni afán de mejorar, o cosas de ese calibre que con la crisis tan en boca está en la gente, miro a esa persona y me pregunto si, eso que expresa es realmente lo que vive en sus propias carnes, es decir, si su vida está verdaderamente mal, si carece de algo, si la ilusión se ha disipado de su horizonte por falta de alicientes, no sé, porque resulta pésimo escuchar esas perspectivas cuando a menudo también tú te cuestionas hacía donde te diriges al ver lo mucho que te cuesta el día a día.
Pero, curiosamente, y tras una somera observación del perfil de personas que caminan con esos pasos tan zozobrantes, se descubre que precisamente en su mayoría son personas que han hecho un largo recorrido ya de su vida y que no carecen en absoluto de lo necesario, más bien incluso tienen prácticamente la vida resuelta.
Sin embargo, quejarse por inercia es tan gratuito que así justificamos casi todo, lo que no hemos hecho, lo que no hacemos, lo que no se conoce e incluso lo que no te afecta verdaderamente.
Siempre he pensando y hoy lo pienso aún más fehacientemente, que cuando las cosas te van mal, o efectivamente, ves que alrededor hay piezas vitales descolocadas que descabalan tu vida, no necesitas que alguien te diga lo mal que están las cosas para justificar tus carencias, lo que necesitas es emplear energía en resolver, en pensar qué puedes hacer para salir de los atolladeros en los que te encuentras.
El tiempo que empleas en quejarte al viento es el que pierdes en encontrar soluciones.
Pero, ¿Cómo resolver ?, o mejor dicho, ¿ En qué hay que pensar para resolver?
Pues en primer lugar, yo creo que hay que comenzar por no dejarnos llevar por corrientes, sino precisamente pensar en algo diferente, es decir, pensar en aquello que tal vez no se ha hecho aún e intentar ponerlo en práctica.
Puede resultar complejo, incluso puede que en primera instancia ni se nos ocurra nada excepcional, pero estar en esa onda de inquietud creativa termina dando con alguna idea que nos permita al menos movernos en lugar de quedarnos quietos quejándonos.
Existen ejemplos a raudales de este modo de encarar la vida, personas humildes que con una idea y tesón lograron colocar su listón bien alto, hay quien lo puede denominar suerte, pero no, puede que una parte sea la suerte pero, el resto, es fruto del motor de la creatividad unido con el trabajo al que sin duda alguna hay que ponerle tesón y corazón.
Hacía mucho tiempo que no iba a una cafetería que conocía, pero surgió la ocasión de volver con dos personas de mi familia. Me acordé de pronto de ese lugar porque la última vez que había estado me habían hecho un café riquísimo con una espuma de lo más singular.
Motivada por este recuerdo, me tomé la libertad de pedir tres cafés con leche.
El dueño, un hombre joven parecía estar cantándole una melodía al café mientras lo echaba en las tazas, pero sin duda lo más sugerente y agradable a la vista, como el primer sentido con el que percibí esos cafés, fue ver cómo con la jarra de la leche dibujaba figuras en la espuma a media que volcaba la leche en las tazas.
A cada una le hizo unas escenas diferentes. Un pequeño corazoncito corazón con una flor al lado, otra con una espiga preciosa, y el tercero con un enorme corazón que ocupaba toda la espuma.
Este era el matiz que yo conocía y recordaba, y ví con gran alegría que a pesar de haber pasado algunos años, en esa cafetería seguían haciendo esa originalidad con el café que servían.
Le pregunté al dueño cómo hacía aquello tan bonito con la espuma. La respuesta no se hizo esperar; junto con una modesta sonrisa me dijo: el truco es hacerlo con mucho cariño y amor.
Inevitablemente, ante tal elocuente y bonita respuesta, no pude por menos de animarle a continuar en esa línea pues, aquello, era una diferencia con respecto a otros lugares que sirven café, pero la diferencia era más válida precisamente por ese cariño que alimentaba día a día con cada taza de café a cada cliente.
Cuando llevé los cafés a la mesa, las dos personas de mi familia que me acompañaban se quedaron boquiabiertas mirando sus tazas con dibujos en la espuma.
Miramos la carta que cafés que teníamos en la mesa y vimos que aquella cafetería llevaba abierta desde 1968, sin embargo, el local estaba remodelado con mucho gusto. Tenía detalles de cosas antiguas, viejas latas, maquinas de coser, molinillos de café…y lo más llamativo de todo, una modesta pizarra en la pared con una frase: «un buen café hay que hacerlo con mucho cariño».
Esa cafetería, efectivamente, yo la conozco desde mi infancia, pero en esa necesidad de seguir con un negocio, a veces hay que dar un giro y remodelaron el local hasta lograr hacerlo más acogedor, pero su éxito, aunque el local les quedara bonito, no fue esa nueva decoración, sino la idea de marcar una diferencia.
Cualquiera puede hacer un café rico con una máquina, pero la brillantez de la diferencia era, en este caso, conquistar al cliente con un ingrediente sano y principal, el cariño…y después la creatividad.
Dicho esto, a la conclusión que llego es que en la vida, como en nuestro cotidiano acontecer, no sirve caer en pesimismos o en pensamientos negativos para justificar nuestros malos momentos. Siempre hay algo más que se puede hacer, algo diferente, algo que debe nacer de nuestro corazón para que, a su vez, podamos entregárselo a los demás. Y lo podemos hacer en nuestro trabajo, en nuestras amistades, en la sociedad en definitiva.
Es necesario marcar siempre diferencias, pensar con brillantez y con cariño. Lo demás es caer en círculos viciados con personas que, a diferencia de ti, tal vez no estén tan mal y que encima contribuyen muy mal a que tú te superes.
Asi pues, esta vez, me empleo a fondo en marcar esas diferencias que aún se pueden ofrecer para salir de los atolladeros en los que cada cual andemos enfrascados. La queja no sirve de nada, es perder un tiempo hermoso en ser mejores y, por supuesto, en hacer mejor las cosas.
Agradezco aquel sabroso y decorativo café hecho con cariño porque no sólo sirvió agradablemente a mi paladar, sino que contribuyó a crear estas líneas que una vez tienen el modesto fin de invitar a la reflexión.
Si venís por Valladolid y os apetece comprobar la delicadeza de un buen café, preguntad por Cafetería «Los Angeles», vosotros mismos comprobareis la diferencia. Y no es publicidad gratuita, es dar valor a esas cosas que de vez en cuando uno encuentra en su camino y vale la pena recomendar.