He querido comenzar este nuevo curso con una bonita historia sobre una preciosa sonata que todos los pianistas hemos tocado en nuestro repertorio.
Como ya he comentado en alguna ocasión yo soy músico porque mi padre me enseñó a amar la música, pero tengo que desvelar que soy pianista porque desde que oí esta maravillosa sonata, tuve el deseo de interpretarla; por ello, empecé mis estudios de piano alternándolos con mis estudios de guitarra.
Me encantaría que todos los que leáis este artículo, pudierais escuchar esta obra, y para que sepáis cual fue el motivo de esta creación, os lo explico a continuación.
¿Quién no ha tenido en su vida momentos de dolor? ¿Quién no ha tenido el deseo de darse por vencido? ¿Quién no se ha sentido solo y tenido la sensación de haber perdido toda esperanza? Eso fue lo que pasó con uno de los más importantes compositores: Beethoven.
Beethoven atravesaba uno de esos momentos sombríos y estaba muy triste y deprimido por la muerte de un príncipe alemán, quien era su benefactor: como un segundo padre para él.
El joven compositor sufría de una enorme falta de afecto: su padre era un borracho que lo golpeaba (murió de alcoholismo en plena calle); su madre murió muy joven; su hermano biológico nunca le ayudó y, sobre todo, sentía que su enfermedad iba empeorando (los síntomas de su sordera empezaron a afectarle, convirtiéndolo en una persona nerviosa e irritable).
Beethoven sólo podía oír utilizando una especie de cuerno y siempre llevaba consigo un cuaderno en donde la gente podía escribirle y comunicarse con él.
Dándose cuenta que nadie le entendía ni quería ayudarle, se encerró en sí mismo, evitando a la gente (se ganó la fama de ser un misántropo).
Por todas estas razones, cayó en una profunda depresión, incluso hasta preparó su testamento diciendo que quizá sería mejor para él suicidarse.
Pero como no hay niño que por Dios sea olvidado, la mano salvadora que necesitaba vino a través de una joven mujer ciega que vivía en el mismo edificio que él, y que una noche le dijo gritando a sus oídos: «Daría cualquier cosa por ver la luz de la luna»
Escuchándola, Beethoven rompió a llorar; después de todo, ¡él podía ver! Después de todo…¡podía componer música y escribirla sobre papel!.
De repente, un fuerte deseo de vivir le invadió y lo llevó a componer una de las más hermosas piezas de música de todos los tiempos: SONATA «CLARO DE LUNA».
En el tema central de la sonata, la melodía imita y reproduce los pasos lentos de gente llevando el ataúd del príncipe alemán, su amigo, patrón y benefactor.
Observando el cielo plateado por la luz de la luna y recordando a la joven mujer ciega, Beethoven entró en una profunda y enriquecedora meditación (algunos estudiosos dicen que las notas que se repiten insistentemente en el primer movimiento de la sonata podrían ser las sílabas de la palabra «Warum» «Warum»: ¿por qué? ¿por qué?)
Años después de superar su angustia, tristeza y dolor, vino la incomparable «Oda a la alegría» de la 9ª Sinfonía, su obra magna: con ella se coronaba la obra de un extraordinario compositor.
Beethoven dirigió personalmente el estreno estando ya completamente sordo… pero pudo «escuchar» el aplauso de un público emocionado.
Se dice que esta obra expresa la gratitud de Beethoven a la vida y a Dios por no haberse suicidado.
Y todo esto gracias a esa mujer ciega quien le inspiró el deseo de trasladar en notas musicales la luz de la luna: los rayos de luna ondeando por sí mismos en una maravillosa melodía.
Utilizando su sensibilidad, (el compositor que no podía oír) retrató, a través de una hermosa melodía, la belleza de la luz de la luna para que la «viera» una joven que no podía ver con sus ojos físicos.
Os deseo que paséis unas Felices Fiestas.- Un abrazo