El 29 de mayo de 1552, domingo infraoctava de la Ascensión, predica así San Juan de Ávila:
«Hijos sois de Dios, el cielo es para vosotros. Ea, pues, cristianos, redimidos por Jesucristo, oíd la voz de vuestra madre verdadera; la voz de Jesucristo, que os parió en la cruz con grandes dolores; conoce la voz de tu madre, Que te está llamando: si alguno tiene sed, que venga a mí y beba«.
San Juan de Ávila usa la expresión: «Dios es padre y Dios es madre«.
Y su misericordia, como su naturaleza dulce, en formula de San Jerónimo, corresponde a Dios madre. Tanto es así, que cuando «Dios abate a uno, no lo hace de corazón sino forzado«.
Y afirma en el sermón 34: «El llegar a ser hijo de Dios se debe también a la acción del Espíritu Santo. Un Espíritu Santo que actuando realmente en nosotros, lo hace no por su cuenta, sino que nos ha sido enviado por el Padre y el Hijo«.
¿Qué es ser hijo de Dios? Lo explica así:
«Los que son hijos de Dios, nacen, no de hombres, no de sangre, no de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios». Y añade: «No basta, para ser hijos de Dios y subir al cielo, que hayas nacido de sangre; nada sirve que seas hijo de conde, ni de duque, ni que seas de sangre de rey. Poco es eso. El mayor serafín que está en el cielo, si no tuviere espíritu de Cristo, no sería bienaventurado. No se da el cielo por linaje«.
Más aún. En el sermón 29 afirma: «Si es puerta Jesucristo, ¿a dónde hemos de entrar por Él? Al Espíritu Santo. Por Cristo pasamos al Espíritu Santo«.
Insiste S. Juan de Ávila una y mil veces en pedir que seamos cristianos de verdad y nos sintamos verdaderos hijos de Dios. » ¡Oh cuántos habrá -ahora es el desmayo- que os parecerá tener buena cuenta delante de Dios, y cuando seáis llamados a juicio no podréis estar en pie!«.
Santa Teresa de Jesús, en las Primeras Moradas escribe:
«No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quién somos.
Hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza donde mora el Señor«.
Somos hijos de Dios y… «deseoso está Él de darnos su Espíritu«.