Pienso que la esperanza ofrece dos versiones diferentes según la consideremos desde un nivel humano o como virtud teologal. En ambos casos ofrece una visión positiva de la vida.
Humanamente hablando la esperanza será lo contrario de la desesperación, porque la clave de la esperanza es mirar el futuro con optimismo.
Podemos definir esta esperanza humana con diferentes dichos: «No hay mal que por bien no venga«; «No hay mal que cien años dure»; «Después de la tempestad viene la calma»; «La esperanza es lo último que se pierde»…
Pero, me centraré en la virtud teologal de la Esperanza; la veo como una espera de un hecho que, antes o después, desembocará en algo positivo. La esperanza se transforma en un problema de tiempo.
Dios Padre y la Esperanza:
Hoy vivimos a dos mil años aproximadamente de que se cumpliera la promesa que Dios hacía a Adán y Eva de enviar un Redentor. Esta oferta del Padre duerme miles de años, hasta que se despierta en el pueblo judío, quien recibe la promesa para toda la humanidad de que nacería el Mesías. Con ello surge una esperanza que se mantiene viva en el tiempo.
Dios promete a Abrahán que será padre de una multitud de pueblos.
Los profetas van manteniendo viva la esperanza del pueblo judío de que vendrá el Mesías; ellos basaban su esperanza en que el Mesías sería un rey poderoso que vencería a todos los enemigos; pero los profetas muestran a un Mesías sufriente.
Si me planteo cuál es mi esperanza con relación al Padre, me quedaré con la de ser perdonado y amado por Él. También mi esperanza es que soy escuchado cuando acudo en busca de su ayuda.
Jesús, me lo asegura cuando me dice que pida insistentemente; si el Padre se preocupa de los pájaros y las flores del campo, hasta las más insignificantes, más se preocupará de atender mis ruegos.
Espero también encontrarme un día en su presencia y contar con un aprobado a mi vida, que me permita vivir eternamente a su lado.
Una cosa tengo clara: todo esto será posible, no por mis méritos, sino por el infinito Amor del Padre, que me mirará con misericordia.
Jesús es una fuente permanente de esperanza: se encarna en el seno de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, nace en una cueva en Belén.
Un ángel anuncia a unos pastores el feliz acontecimiento:
«No temáis, mirad, os doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo, hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, el Mesías, el Señor…»
Los pastores acuden llenos de esperanza.
Unos magos se desplazan desde su tierra a Jerusalén, guiados por una estrella, con la esperanza de conocer al rey de los judíos que acaba de nacer. Lo encuentran y le regalan oro, incienso y mirra.
Simeón era un hombre honrado y piadoso que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo. Le había anunciado el Espíritu que no moriría sin haber visto al Mesías. Movido por el Espíritu Santo se dirigió al templo. Cuando los padres introducían al Niño Jesús, para cumplir con lo mandado, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, según tu palabra, dejas libre y en paz a tu siervo, porque mis ojos han visto a tu Salvador, que has dispuesto ante todos los pueblos como luz verdadera…«
Simeón vio cómo su esperanza se transformó en realidad.
¿Qué espero yo de Jesús? ¿Cuál es mi esperanza en relación con Él?
Quisiera seguir sus pasos; pero soy consciente de que le imito poco.
Le veo como Camino hacia el Padre y en Él encuentro la Verdad, especialmente en las Bienaventuranzas y en las parábolas.
Le veo como el «Buen Pastor» que me busca como oveja perdida y me encuentra recogido en el «hijo pródigo«; me gusta la parábola del «tesoro escondido y la perla preciosa«; me hace pensar su frase de que «no el que dice ¡Señor, Señor!, se salvará, sino el que cumple la voluntad de mi Padre» .
Me sirve Jesucristo de alimento en la Eucaristía y me espera paciente en el sagrario para que vaya a charlar y verlo.
Lo encuentro, aunque no con la frecuencia que debiera, en los demás.
Sí, entiendo que «debo perdonar para ser perdonado» y que es en el perdón el sitio donde puedo encontrar la sonrisa y la paz.
En relación con mi vida, espero que el Señor me dé gracias suficientes para poder encontrar al Padre.
Volviendo la vista atrás- desde mis ochenta años- soy consciente de que el Espíritu Santo ha dirigido mi caminar respetando totalmente mi libertad.
Ha sido parea mí la Providencia que me ha guiado.
Reconozco que lo ha hecho como una brisa casi imperceptible, aunque en algunos momentos he podido palpar su presencia.
Ha sido en mis actividades, en el apostolado castrense, donde me he encontrado con Él.
Me he sentido «instrumento útil» en sus manos y he procurado estar atento a su presencia, más cuanto más solo me he sentido.
Si me paro en la Virgen María, pienso que vivió llena de esperanza. Quiso ser la esclava del Señor desde una total libertad.
En la Virgen encuentro la humildad, virtud difícil de definir, pues consiste en aceptar la Verdad.
La Virgen fue para mí el sendero por el que encontré a Jesús.
En un momento concreto me sentí impulsado a buscarle; hasta entonces Ella fue el nexo de unión con el Padre… pienso que fue una forma de convertirme en adulto en el tema de la fe.
Siempre la he encontrado en «las noches oscuras» como una fuerte luz, que me permitía caminar con seguridad.
Me gustaría terminar con unas palabras del Papa Francisco: «¡No os dejéis robar la Esperanza!«