Es para tener muy en cuenta cómo se trata a las viudas en la Sagrada Escritura.
Son personas que merecen todas las atenciones, y a las que debe ayudarse con generosidad.
Si repasamos los pasajes con referencia directa a las viudas, nos encontraremos con sorpresas dignas de aplauso en ansias de su imitación.
Iahveh le dijo a Elías: «Vete al torrente de Kerit; levántate y vete a Sarepta que he ordenado a una mujer viuda de allí que te dé de comer«.
San Pablo en la I Carta a Timoteo le advierte: «Honra a las viudas«.
Cómo trataba san Juan de Ávila a las viudas y cómo eran sus cartas en respuesta a las súplicas y ruegos?
Primero trata de consolarlas ante la muerte del marido.
Después razona el regalo de la otra vida que es la verdadera. No se trata de lo que nos falta, sino de apreciar lo que se consigue con la muerte.
«Nuestro Señor» -escribe a una señora viuda- «que vuestra merced pruebe a qué saben las angustias que en este valle de lágrimas se suelen coger… Gran amor tenía Abraham a su hijo Isaac, y en aquel le quiso Dios probar. Grande lo tenía Job sus siete hijos, y en un día se les llevó Dios«.
Para San Juan de Ávila, es necesario que los cristianos aprendamos el verdadero lenguaje de la vida, que no es con signo de dolor y lágrimas, sino tal y como dijo nuestro Señor: «Padre, no mi voluntad, mas la tuya sea hecha«.
«No piense que se deleita Dios en sus penas, y pues es misericordioso, duélese de sus lágrimas; mas quiere ponerle ese acíbar que tanto amarga, para que, despedido el corazón de todo humano consuelo, en sólo Dios ponga su arrimo«.
Uno recuerda a la madre de San Agustín… o a la de San Juan de la Cruz que caminó a Arévalo, a tierras de Toledo y Medina del Campo. A la profetisa Ana que murió a los 84 años después de vivir siete con su marido. Y pasó los años sirviendo al Templo en oración con Dios.
¡Qué frase de nuestro Santo!: «Si las penas nos vienen las que nosotros queremos, no serían penas y seríamos privados de la cruz de nuestra Redentor».