San Juan estuvo inspirado por Dios, y en su primera Carta (4,8) nos dejó lo que considero la esencia de Dios: «Dios es Amor».
Me gustaría recoger en estas líneas cómo veo el Amor divino a través de las tres Personas de la Santísima Trinidad y también a través de la Virgen María.
Dios Padre se presenta como autor de la Creación. ¿Qué le mueve a realizar esta obra?
El Padre es en sí «infinitamente Perfecto y Bienaventurado, con el Hijo y con el Espíritu Santo»; por ello sólo el Amor le puede mover a compartir esa felicidad con otros seres: los ángeles y los hombres.
Creó primero a los ángeles como «servidores y mensajeros de Dios. Son criaturas puramente espirituales e inmortales»; así lo recoge el Catecismo de la Iglesia Católica.
El Padre hace a los ángeles libres, podrán elegir entre servirle o rechazarle. Una parte de ellos escoge esta última opción: «rechazan radical e irrevocablemente a Dios y su Reino».
Es ese carácter irrevocable de su decisión y no un defecto de la infinita Misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado.
En el Génesis se describe la creación del hombre: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (1,28).
El Padre, igual que a los ángeles, regala al hombre un don muy preciado: la libertad, y, junto a ella, pone la responsabilidad. El hombre es libre, pero tendrá que responder de sus actos.
Contemplo ahora otra obra salida del las manos del Padre: la Creación del Universo. Lo haré bajo dos aspectos distintos: el primero será el del macromundo y el segundo, el micromundo. En el primero predomina el infinito Poder de Dios y en el segundo su Amor. En los dos se unen el Poder y el Amor.
Si me paro a contemplar las innumerables galaxias, con incontables estrellas cada una, en las que las distancias se miden por miles de años luz, me pierdo en la inmensidad del Universo y veo en ella la mano de Dios-Padre.
Si desciendo a un pedacito de jardín que veo desde mi habitación, en el que caben algunos árboles, flores y pequeños insectos…contemplo la obra maravillosa del Amor del Padre, que desciende hasta el más pequeño detalle.
Paso ahora a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo. De acuerdo con el Credo toda la creación se hace por Él.
Me detendré en el momento en que Adán y Eva, haciendo uso de su libertad e inducidos por el demonio, «comen del fruto del árbol del bien y del mal».
El Padre ofrece un Redentor. Aparece la Virgen María; la mujer, cuyo linaje, Jesús, pisará la cabeza de la serpiente- Satanás.
Transcurre mucho tiempo y en un momento concreto de la historia de la humanidad, el Hijo da el gran salto que media entre Dios y el hombre y se encarna en el seno de la Virgen.
Jesús es Dios y hombre verdadero.
Trataré la figura de Jesús bajo su naturaleza humana.
Si tuviera que definir qué es lo que caracteriza a Jesús como hombre, me inclinaría por: cumplir la voluntad del Padre desde el Amor.
Jesús nace en la pobreza, en una cueva en Jerusalén y su Madre le acuesta en un pesebre. Vive una niñez similar a la de cualquier niño de su aldea. A los doce años, cuando se decide a quedarse en el templo, lo hace para «atender a las cosas de su Padre».
Al iniciar su vida pública, se hace bautizar por su primo Juan el Bautista en el río Jordán. Juan se niega a hacerlo, al principio, pero Jesús le hace ver «que así lo desea el Padre».
Terminado el Bautismo, Jesús se retira al desierto a orar y allí es tentado tres veces por Satanás.
Me ceñiré a la respuesta de Jesús después de la tercera tentación: «al Señor tu Dios adorarás, a Él solo darás culto…«
Indudablemente Jesús vuelca su Amor infinito en cada acto; pero i tuviera que inclinarme por uno de los más significativos para mí, me quedaría con la Institución de la Eucaristía.
Si me ciño a su «cumplir la voluntad del Padre», me detendría en la Oración en el Huerto: allí, durante varias horas, suplica al Padre que retire la copa de amargura que le ofrece; para añadir que no se haga lo que Él quiere, sino la voluntad del Padre.
Ya, en la cruz, Jesús certifica haber aceptado plenamente la voluntad del Padre, en sus últimas palabras: «Todo está cumplido» (Jn. 19,30).
En el Credo confieso que el Espíritu Santo es «Señor y dador de Vida», como expresión de Amor; ya que «procede del Padre y del Hijo y con ellos recibe la misma adoración y gloria».
Lo encuentro en mi vida como Divina Providencia, que respeta totalmente mi libertad, pero que me va guiando hacia el Padre. Es, así mismo, la conciencia que me hace ver lo que está bien o mal en mis acciones.
Es mis actividades, en el apostolado castrense con jóvenes, en donde me he encontrado, con mayor claridad, con la acción del Espíritu Santo.
Me he sentido «instrumento útil en sus manos»; pienso que he aportado mi sí a su obra; sin mi presencia hubiese buscado otros caminos, pero quiso servirse de mí y así lo hizo.
Normalmente tengo que vencer el que no me apetezca hacer frente a esa responsabilidad y, luego, un desanimarme ante las dificultades que se presentan; pero ahí está Él como fuerza e inspiración.
Queda por último, la Virgen María, modelo permanente de Amor y aceptación de la voluntad del Padre.
Se declara su esclava en la visita del arcángel San Gabriel.
En las bodas de Caná: demuestra su preocupación por los demás y arranca de Jesús su primer milagro convirtiendo el agua en vino.
Recibió a Jesús con autentico Amor en su Nacimiento.
Acepta dar a luz en una cueva y acuesta a su Niño-Dios en un pesebre.
Al pie de la cruz nos recibe como hijos, a pesar de que por nuestros pecados, Jesús moriría en la cruz.