Nuestro Santo es un gran desconocido. No se conoce en la Iglesia, no es popular, menos mal que nosotros sabemos cosas muy elementales.
Desde niños hemos escuchado historias que nos narraban los Trinitarios cuando se celebraba la novena de San Juan Bautista.
Nuestro Santo Manchego es un místico, es decir, un creyente que ha tenido una experiencia de Dios de una forma extraordinaria y singular.
Los que conocen su figura y obra afirman que nuestro Santo está a la altura de San Ignacio de Loyola, Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
La verdad es que hacerse amigo de un místico es una experiencia interesante porque te comunica sus sentimientos y su alma.
Juan Martín Velasco que ha estudiado el fenómeno místico en toda su extensión, incluso ha escrito abundantemente sobre los místicos, su persona humana y su significado en la sociedad, ha afirmado de nuestro Santo lo que escribo a continuación:
«San Juan Bautista de la Concepción es en todo hijo del final del siglo XVI y de los primeros años del XVII.
Su preocupación por la reforma de su congregación como medio para la reforma de la Iglesia; su manera de entender la Iglesia y la presencia de los laicos y las mujeres en ella; su forma de leer la Escritura; su visión del mundo sobrenatural y su concepción de la presencia de este mundo en la vida y en la historia; su forma de plantearse el problema de relación entre la acción y la contemplación; en una palabra, toda su vida y todos sus escritos traslucen la comprensión de la realidad, la mentalidad, la sensibilidad que expresan todos los grandes autores del Siglo de Oro».
El Santo Reformador –nombre común entre los Trinitarios- además de ser un místico, es un escritor.
Cuatro grandes volúmenes ha publicado una famosa editorial española, la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos, que tiene su sede en Madrid).
Un escritor con un lenguaje popular, a su pluma le vienen refranes y dichos de la gente.
Juan Bautista mezcla de una forma maravillosa el saber teológico de su tiempo, las citas de la Biblia y lo que dice la sabiduría del pueblo.
Pero no nos engañemos, el lenguaje de los clásicos, y nuestro paisano lo es, es duro para los hombres y mujeres de hoy.
Tenemos una mentalidad completamente diversa y el mundo que nos rodea ha cambiado profundamente.
A pesar de todo, con un poco de lentitud y cierta dosis de perseverancia para saborear sus textos, podremos entrar en su onda y sintonizar con la corriente de vida que nos ofrece.
Después, con el tiempo, es una delicia saborear sus textos.
Te contagia sus valores y su experiencia de Dios.