Estad siempre alegres en el Señor, os los repito, estad siempre alegres
(Filp. 4,4)
Cuentan los evangelios que hace más de dos mil años, cuando estaban reunidos los discípulos con las puertas cerradas por miedo a correr la misma suerte que su Maestro, éste se les presentó, y tras el saludo de rigor («Paz a vosotros«), mostró al incrédulo de Tomás las señales dejadas en sus manos y costado por los clavos…
Pues bien, se ha filtrado la noticia de que el resto de los discípulos, gracias a la desconfianza del bueno de Tomás, aprovecharon la coyuntura (no lo tenían nada claro) para asegurarse por todos los medios posibles de que la persona, que tenían delante, era el mismo Jesús de Nazaret…
Así que, a la petición de Tomás de ver las llagas de su Señor, siguieron otras muchas…
Por ejemplo, Santiago saltó como un resorte con el objeto de comprobar la veracidad de los hechos
– Si es cierto que has resucitado, dinos ¿qué sucedió en Caná cuando fuimos invitados a una boda?
En la misma línea intervino Mateo, que le hizo relatar «con pelos y señales» la parábola del buen samaritano…
Y Felipe que le pidió una vez más la explicación de la parábola del sembrador…
Otros, mientras tanto, fueron un poco más allá e intentaron «meter en apuros» al Maestro, formulándole cuestiones matemáticas:
– Cuántos panes y peces multiplicaste; cuántas veces hay que perdonar al hermano que nos ofende; qué número de ovejas tenía al que se le extravió una; qué dinero ofreció la viuda del evangelio…
Finalmente, otro grupo, comandado por Pedro, intentaron llevar la situación a un nivel más práctico y pidieron al Señor algún que otro milagro para despejar sus dudas (ya se sabe que los estafadores y los falsos profetas suelen abundar en exceso).
Cuando el Maestro «con una paciencia como la del santo Job», había complacido a unos y a otros, se retiró dejando a sus discípulos, o al menos eso pensaba, con la tranquilidad y la certeza de que la promesa se había cumplido…
Sin embargo, dos días más tarde, cuando se les apareció en el lago Tiberiades, volvieron «erre que erre» a las mismas: que si una pregunta por aquí, que si un milagro por allá…
Vamos que todavía no estaban muy convencidos…
Así que Jesús, antes de ascender a los cielos, les concedió un don, una gracia, un regalo con el objetivo de que no volvieran jamás a dudar de su existencia, y pudieran ir por el mundo mostrando al Señor vivo, presente en sus hijos…
Amiga, amigo: han pasado más de dos mil años y el mismo regalo que hizo Jesús a sus amigos, hoy, si tú quieres, si realmente lo deseas, te lo concederá…
Se trata de un tatuaje (no, no, ni una hadita en el hombro ni una estrella en el cuello ni una flor en el tobillo).
Un tatuaje, una marca que surge en mismo corazón del ser humano y que contagia, ilumina y embellece a uno mismo y a todos aquellos que están alrededor de la persona que lo lleva…
Se trata del tatuaje de los resucitados, que no es otro que la alegría, la sonrisa, la felicidad que surge de sentir a Cristo caminando a nuestro lado…
Querido amigo, querida amiga: es decisión tuya ponerte «en las manos y en el corazón» del Señor, Resucitado…
Por mi parte solamente puedo decirte que el tatuaje resultante cambiará, por supuesto a mejor, tu vida y la de tu gente…
¡Haz la prueba!