Hay ocasiones en las que creer en el ser humano se nos antoja complicado, otras nos trastocan tanto nuestros cimientos que perdemos totalmente el rumbo de la confianza cayendo en tal deriva que, mirar atrás, nos duele mientras que, mirar hacia adelante, nos es totalmente imposible porque ni tan siquiera queremos ver.
En las relaciones humanas nos vemos tan vapuleados tantas veces que la quebradiza línea de la confianza, cuando se rompe, de querer unirla de nuevo tenemos que hacer un nudo y ese nudo, tan pronto corredizo como tenso, es el que nos complica las cosas a la hora de ser justos.
Cada cual puede contar sus propias batallas en este sentido, pero sí conviene reflexionar sobre las consecuencias que dejan determinadas situaciones y de cómo nos defendemos posteriormente ante lo que ya intuimos de antemano como una amenaza.
Cuando se han sufrido varapalos y has sentido vulnerar tu integridad personal y tus sentimientos, lo único que te queda al final es la necesidad de aprender a defenderte, no apuntándote a clases de defensa personal para liarte a patadas y manotazos, que también puede provocar la impronta de hacerlo, sino la de crearte un escudo infranqueable que te permita mantenerte siempre digno ante cualquier situación.
Ese escudo, por lo general, lo construimos con los años pero también por lo general usamos el peor de los materiales: la desconfianza. Y ¿por qué es el peor?, os preguntareis; pues bien porque la desconfianza es un contravalor que no establece diferencias, no es objetivo y por tanto hace tabla rasa y obliga a emitir siempre el mismo juicio: no me fio.
En ese «no me fio» se incluye todo lo que llega como una nueva experiencia de la que tomar decisiones, ya sean grandes o pequeñas o simples cosas cotidianas como la de ir a comprar algo que necesitamos a un establecimiento.
La desconfianza, pudiendo ser algo muy bien asociado al sentido de la prudencia, para no cometer actos de los que luego arrepentirse, en muchas personas se convierte en leitmotiv para todo, para las relaciones personales y sociales, para los usos cotidianos, de tal manera que retroalimentan más a la fiera porque quienes se topan con un desconfiado se impregnan de ella al sentir vulnerada su credibilidad.
Cuidado con los escudos que nos fabricamos; la desconfianza nos puede ocultar cosas verdaderas, no solo de las que fiarse, sino de las que aprender. Nos puede privar de tener experiencias necesarias para evolucionar como personas, de igual modo que nos puede hacer involucionar hacía lo más primario.
A diario, trato con personas desconfiadas en mi trabajo y sé bien lo negativo que resulta para las propias personas ser así, no sólo por la imagen que me proyectan que suele ser opaca y obtusa, sino también porque me impiden ayudarles de la manera que mi trabajo exige. Cuando se van, no puedo sentir cierto sentimiento contradictorio; por un lado de impotencia personal y por otro de pena, porque el criterio que se llevan es el de que no se fían de mi a pesar de todo mi despliegue profesional y porque se van más vacíos que cuando llegaron.
Inmediatamente pienso en qué clase de vida, qué clase de experiencias han vivido y viven esas personas para esconderse tras la desconfianza continua.
Pero como no lo sabes, como ignoras todo de ellos, a la única conclusión que llegas es que cada cual es él y sus circunstancias y que no te corresponde juzgar, pero lo que sí te queda claro es que tú no quieres ser así, al menos no de una manera tan exacerbada ni extrapolada a todos los ámbitos de la vida.
Nos podemos pasar la vida no fiándonos de nada, dudando todo, prejuzgando de antemano, poniéndonos continuas vendas y tiritas a heridas inexistentes, a lo sumo cicatrices del pasado, y eso no nos ayudará en absoluto a resolver día a día nuestra vida ni la empatía y compresión con quienes conviven con nosotros socialmente, estaremos escondiéndonos detrás de la desconfianza, así de simple.
Para un cristiano de hoy…la desconfianza debe esconderse tras la prudencia, sí, pero ayudada de la intuición y del sentido de la justicia, nunca como un mecanismo de defensa a diestro y siniestro si quiere seguir creyendo en las personas y en la justicia de Dios, sólo así se comprende la vida en su balanza continuamente equilibrando el bien y el mal.
De otro modo, es vivir continuamente sometido al sinónimo de desconfianza igual a infelicidad. Y qué quieren que les diga, nadie queremos vivir así, o quizá ¿sí?.