Antes de hacer unas reflexiones, veamos un bello texto del santo papa Juan Pablo II, sobre el Carmelo:
«Ya desde los primeros ermitaños que se establecieron en el monte Carmelo y que habían ido como peregrinos a la tierra del Señor Jesús, la vida se suele representar como una ascesis hasta llegar a Cristo nuestro Señor, monte de salvación.
Orientan esa peregrinación interior dos iconos bíblicos muy apreciados por la tradición carmelitana: el del profeta Elías y el de la Virgen María.
El profeta Elías arde en celo por el Señor… Contemplando su ejemplo, los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo comprenden que solo quien se mantiene entrenado para escuchar a Dios e interpretar los signos de los tiempos es capaz de encontrar al Señor y reconocerlo en los acontecimientos diarios…
El otro icono es el de la Virgen María, a quien veneráis bajo el título de Hermana y Belleza del Carmelo… Vuestro viaje espiritual continúa en el mundo de hoy. Estáis llamados a releer vuestra rica herencia espiritual a la luz de los desafíos actuales, a fin de que el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y de todos los afligidos, sean también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y, de manera singular, de todo carmelita. (Mensaje, 08-09- 2001).
Y otro, también muy bello, de Benedicto XVI:
«El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero.
Inspirándose en la figura de Elías, surgió la Orden contemplativa de los «carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein).
Los carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios.
Acogiendo plenamente la Palabra, llegó felizmente a la santa montaña, y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor.
A la reina del Monte Carmelo deseo hoy confiar todas las comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo, de manera especial las de la Orden Carmelitana. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración». (Ángelus, 16-07-2006).
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«Los carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios…
Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración» (Benedicto XVI)
La oración:
Orar es ponerse en contacto y encontrarse con el Señor.
En la vida y, muy especialmente, en el recogimiento de la oración no estamos solos, es el mismo Dios el que nos acompaña y transforma.
Santa Teresa dijo: «Orar es hablar de amor con alguien que nos ama«.
Por tanto, orar es un diálogo de amor. La oración es un coloquio, un diálogo con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad con la que hablamos con un amigo íntimo. Para orar no hacen falta muchas palabras, Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo digamos. Jesucristo dijo:»Cuando recéis, no uséis muchas palabras.., pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis«( Mat.6,7)
En la oración se trata de «hablar con Dios» y no de «pensar en Dios» sin más. Es necesario hablar con Dios para que la oración no se convierta en una reflexión simplemente personal.
Cuanto más honda es la oración, se siente a Dios más cercano y presente.
Cuando hemos «estado» con Dios, Él se convierte en «Alguien» por quien y con quien vivimos y superamos las dificultades de la vida. Se aceptan con alegría los sacrificios y nace el amor.
Cuanto más «se vive» a Dios, más ganas se tienen de estar con Él; de volver a la oración.
Quien tiene el hábito de orar, descubre la acción de Dios en los momentos de la vida difíciles y en los gozosos.
Si no oramos con frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro corazón y vendrán otras cosas a ocupar el lugar que a Dios le corresponde. Nuestro corazón se puede llenar con:
– el egoísmo, que nos lleva a pensar sólo en nosotros mismos sin ver las necesidades de los que nos rodean.
– el apego a las cosas materiales haciéndonos esclavos del dinero y de las cosas en lugar de que las cosas nos sirvan a nosotros para ser y vivir.
No hay oración:
Puede uno cansarse o desanimarse en la oración, esto es debido a que no se ha hecho una oración verdadera. Una comunicación con Dios siempre produce paz, alegría, gusto…
En la oración hay que buscar el encuentro con el Señor:
– La oración no puede ser una actividad centrada en mi «yo», debe siempre buscar a Dios.
– Si no interviene la persona con todo su ser: afectos, inteligencia y voluntad, no es oración.
– Orar no es pensar en Dios, no es una actividad sólo de la razón, sino del corazón, que exige toda la persona empapándose de la presencia divina.
Contemplación:
Hay otro modo de orar, que es la contemplación.
«En la medida en que se desarrolla la dimensión contemplativa de los cristianos, la Iglesia se renueva y crece».
¿Qué es contemplar?
Contemplar es despertar los sentidos más íntimos, que tenemos, para entrar en contacto con el Señor y, mediante estos sentidos interiores: verlo con los ojos del alma, tocarlo, escucharlo desde el interior.
Orar y contemplar son modos distintos de comunicarse con Dios.
Orar o rezar es comunicarse con el Señor, sobre todo, por medio de palabras, de conceptos, de imágenes.
Contemplar es buscar la misma comunicación con Dios, pero prescindiendo lo más posible de palabras, de conceptos y de imágenes. La mayor parte de las personas que oran y rezan bien, hacen un poco de contemplación.
Contemplar es percibir a Dios por medio del «corazón«, por la «intuición«, por la «visión interior«…
Los corazones enamorados se encuentran más íntimamente en el silencio de una simple mirada que con muchas palabras. Quienes se aman profundamente sienten una enorme felicidad con el simple hecho de encontrarse uno en presencia del otro.
En la contemplación se trata de ver al Señor no con el sentido de la vista, sino con los ojos del «corazón».
Hay ciegos que «ven» mejor algunos aspectos de la vida que otros cuya visión funciona normalmente.
El aprendizaje de la contemplación consiste en obligar a la mente, que piensa y habla activamente, a que se calle, mientras uno permanece amorosamente en la presencia del Señor.
Sólo el silencio profundo y total de la mente lleva a la visión contemplativa de Dios.
Para evitar las distracciones y facilitar la permanencia en el estado de contemplación basta con habituarse a repetir mentalmente :»¡ Señor mío y Dios mío!… ¡Señor, yo te amo!…
¡Señor mío Jesucristo, ten piedad de mí!«.., o frases parecidas.
Contemplar es tan fácil y tan agradable como amar.
La experiencia contemplativa está al alcance de todas las personas creyentes.
La contemplación transforma a la persona con mucha mayor eficacia que el esfuerzo de la voluntad.
En la oración contemplativa, el objetivo de la atracción, de la atención interior, del encanto y de la admiración, es el Señor.
Una de las condiciones para aprender a contemplar es tener la fuerza y la paciencia de sentarse a los pies del Señor simplemente para mirar…, para escuchar…, para amar y dejarse amar. Recordemos la escena de Jesús en casa de Marta y María:
«Entró Jesús en una aldea, y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor y no le será quitada» (Luc.10,38).
San Agustín decía: «Tarde te amé, oh Belleza, tarde te amé. Sí; tú estabas en lo más íntimo de mi mismo y yo estaba fuera de mí. Yo te buscaba fuera de mí«.
Santa Teresa escribe: «Para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mi el Señor es la puerta la oración; cerrada ésta, no sé cómo las hará, porque, aunque quiera entrar a regalarse con un alma y regalarla, no hay por dónde, que la quiere sola y limpia y con ganas de recibirlos. Si le ponemos muchos tropiezos y no ponemos nada en quitarlos, ¿cómo ha de venir a nosotros? ¡Y queremos nos haga Dios grandes mercedes!«
Las realidades espirituales no pueden ser percibidas por los sentidos exteriores. Sólo los sentidos interiores, iluminados por la gracia de Dios, son suficientemente sensibles para percibir las cosas del espíritu.
La Virgen María es un modelo extraordinario de vida contemplativa. Si orar es amar, nadie amó tanto como Ella a su Hijo Jesús. Nadie en el mundo estuvo tan estrechamente unido a Él como su madre. Por eso mismo, nadie jamás entró tan profundamente como ella en los misterios del corazón de Dios.
María, la Virgen que escucha, la Virgen en oración, representa en la Iglesia el modelo más perfecto de unión con Jesucristo.
Santa Teresa lo comprendió muy bien. En la oración más profunda, el alma, «si se hace pedazos a penitencias y oración y todas las demás cosas, si el Señor no lo quiere dar, aprovecha poco.
Quiere Dios por su grandeza que entienda esta alma que está Su Majestad tan cerca de ella que ya no ha menester enviarle mensajeros, sino hablar ella misma con él y no a voces, porque está ya tan cerca que en meneando los labios la entiende«.
Y continúa la santa:
La oración contemplativa «es un recogerse las potencias dentro de si para gozar de aquel contento con más gusto, mas no se pierden ni se duermen; sola la voluntad se ocupa de manera que -sin saber cómo- se cautiva…» .
Al hablar de la oración mental profunda, la santa comenta:
«No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama«.
Frutos importantes de la contemplación son los sentimientos de paz, de tranquilidad interior, de gozo de poder amar a Dios y sentirse amado por Él, y la capacidad de poder ser, en el mundo, testigos de la visión de Dios y no simplemente transmisores de ideas.
Celebrar la Fiesta de nuestra Patrona, La Virgen del Carmen, debería servirnos para crecer un poco más en la relación intima con Dios, que después se traduce en obras bellas de amor y caridad.