El mes de octubre ha comenzado y, con él, el nuevo curso pastoral. Después de las vacaciones y de las fiestas, este mes nos abre un nuevo camino bendecido por el aniversario de la proclamación de san Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia universal.
Con él, nos introducimos en una nueva etapa caracterizada por la vivencia de la fe en lo ordinario. Y es que la santidad de vida se forja fundamentalmente en lo cotidiano, en las cosas pequeñas; poniendo amor y fe en lo diario, y descubriendo que toda la realidad es medio divino: lugar para descubrir a Dios y quererle.
San Juan de Ávila forjó así su corazón y su vocación: entendiendo su vida como una compañía de Jesús. Haciendo de la oración un camino de progresiva amistad con Él. Y alimentándose de la Eucaristía para vivir eucarísticamente: ofrecido a Dios y a los demás. Así, unido a Dios en lo diario, en la oración y en el amor al prójimo, descubrió a Cristo y se descubrió así mismo y su llamada.
Por eso, en este segundo año de su Doctorado, estamos trabajando para que su casa natal quede rehabilitada en su fachada y en la entrada de la misma, con el fin de que su lugar de nacimiento luzca en su mayor esplendor. Seguimos cuidando todos los lugares vinculados a él para volver a ofrecer la ruta de peregrinación mejorada y lo más dignificada que sea posible, de modo que sin «efecto llamada» que produjo el jubileo, las sedes de peregrinación puedan ser atrayentes por sí mismas.
Este mes de octubre nos conduce también hasta las puertas del fin del año litúrgico. Octubre nos lleva de la mano hasta noviembre, que nos invita a mirar hacia el cielo y venerar la memoria de los santos y de nuestros seres difuntos, reflexionando acerca del sentido último de nuestra vida.
Cuando la vida se vive como una peregrinación y no como un vagar sin dirección última, necesitamos fijarnos en la meta final para, desde ella, dar sentido a nuestras elecciones y a nuestro caminar. Vivir la vida nos es quemarla, es realizarse en ella en el amor sabiendo bien a dónde se va. Esa meta es el reino de los cielos, la unión total con Dios, vivir en Él. Pero ese destino de gozo y amor que ya han comenzado en Cristo resucitado, hemos de irlo viviendo y construyendo ya aquí, porque la vida diaria es el espacio donde empieza a prepararse la resurrección.
Por eso, como todos los años, empezaremos el mes de noviembre ofreciendo la Eucaristía por todos los almodovenses que nos han precedido en el camino de la resurrección; pidiendo por ellos, calle a calle, para venerar su memoria y para ofrecerles el fruto del misterio pascual que se realiza cada día en el altar.
Que tengamos buen inicio de curso y que lo acojamos como una oportunidad para empezar nuevos modos de crecimiento en la fe y en el amor.