En el rostro del pequeño Jesús contemplamos el rostro de Dios, que no se revela a través de la fuerza, del poder, sino a través de la debilidad y fragilidad de un recién nacido. (Papa Francisco)
Querida amiga, querido amigo: Habrás comprobado que, durante estos días, son muchas las personas (y los intereses) que intentan ofrecernos su propia navidad (lo pongo así, con minúsculas).
No es igual (aunque se parece) la navidad que nos venden los centros comerciales a la que nos ofertan las agencias de viaje.
Tampoco es igual la navidad en una parroquia del centro de la ciudad que la navidad en un comedor de transeúntes… Este relato te ayudará a descubrir la auténtica (ahora sí, lo pongo con mayúsculas) Navidad y, lo más importante, te servirá para reconocer qué tipo de Navidad estás viviendo.
(Por cierto, te pongo en antecedentes, para que después no haya problemas: «Sólo hay una única Navidad»).
En el principio de la era cristiana…
¡Y estalló la algarabía! El Salvador, el Mesías, el Esperado acababa de nacer. Nadie se lo quería perder.
Y ahí estaban los grandes del mundo (los maestros de la ley, los más ricos comerciantes, los dirigentes políticos…) ocupando las primerísimas filas de la sinagoga, del palacio o del sanedrín. Todos querían que la grandeza de este hombre (nada de niño) aumentara las suyas, que el nacimiento del Rey de reyes se transformara, por obra y gracia «de sus propios ombligos» en el nacimiento del rey de Reyes… (No, no se trata de una repetición, fíjate bien, la diferencia es abismal.)
Mientras tanto, a escasos metros físicamente, mas a miles de kilómetros espiritualmente, unos pastores, representando «al pueblo bajo», a los pecadores, a la gente sospechosa, a los indeseados, a los que no tenían ni voz ni voto, contemplaban y sentían en primera persona el nacimiento del Niño Dios…
Las señales que el ángel de Dios usó para anunciar la única Navidad (un niño, unos pañales, un pesebre) sólo fue percibida por los últimos de este mundo…
En el año 2014, ahora, en estos días…
¡Comenzó la fiesta, el botellón y el cotillón…, que hasta rima y todo!
Y ahí siguen los grandes de este mundo (no, no sólo los políticos, los ricachones o los que salen, periódicamente, en la prensa o en la TV; también aquellos que con su vivencia de la navidad, en minúscula, ignoran, cumplimentan o pisotean el nacimiento de Jesús), ocupados y preocupados, exclusivamente, por «el Gordo» (el de la lotería), por las compras compulsivas o por la fiesta o, mejor dicho, fiestas, hasta las tantas con los amigotes…
Mientras tanto (en esto se repite la historia) a escasos metros de distancia, mas a miles de kilómetros de corazón, algunos, desgraciadamente muy pocos, siguen contemplando y experimentando la auténtica, la única Navidad…
Son aquellos que han hecho limpieza en sus corazones y, en lugar de llenarlo o atiborrarlo de las señales de tantas y tantas navidades falsas como nos quieren (y lo peor, lo suelen conseguir) vender, han apostado por la única Navidad: un niño, unos pañales, un pesebre.