La Navidad, entre muchas cosas y motivos, es Dios hecho hombre para encontrarse en la intimidad de cada persona.Por eso, cada Navidad es o debe ser una búsqueda y encuentro profundos con Jesús.
Dice nuestro San Juan de Ávila:
El mayor de los negocios del hombre es buscar a Dios y, de tal manera, que lo halle. (Ser 5 )
En los momentos de nuestra vida, en que podemos sentir aparente «ausencia» de Dios, la búsqueda se ilumina con la presencia de Cristo, Dios hecho hombre, que nos acompaña y nos espera.
¿Cuándo faltó Dios a quien le buscase? No hay en todo lo escrito que tal haga. Por eso pasó trabajos» (Plática 16ª).
El encuentro se da cuando hay determinación, perseverancia y confianza en la búsqueda:
«No vale buscar a Dios sin perseverancia y esperanza. Dos alforjas has de llevar para buscar a Dios, que son confianza y perseverancia» … Vinieron (los Reyes) determinados de perder la cabeza por el niño, y por esto lo hallaron» (Ser 5).
La búsqueda o deseo de Dios es señal de que uno ha sido ya encontrado por Jesucristo:
«Una sola señal os daré, en que lo podéis conocer. Mirad si andáis vos buscando a Jesucristo, y en eso veréis si os buscó y os halló… Luego, cuando vos anduvieredes herida a buscar a Jesucristo, entonces creed que él os ha buscado y os ha hallado a vos» (Ser 19).
Lo esencial de nuestra vida es no buscar otra cosa fuera de Dios. Así escribe nuestro Santo:
«Busquemos a Dios, y bástanos. Él nos enseñará, consolará y hartará, sin haber más menester, porque a ninguno va mal sino porque huye de Él» (Carta 57).
Por esto nuestro Patrono nos invita a no detenerse y a superar todo obstáculo:
«¿Qué nos detiene? ¿Qué nos estorba? ¿Que nos engaña, que no nos lleguemos a Dios?» (Carta 64).
La búsqueda de Dios es la de «quien busca un muy deseado tesoro, por amor del cual vende todo lo que tiene» (Carta 74)
Quien encuentra a Dios, no se deja llevar de otros deseos:
«Quien te halla pone fin en buscar otras cosas» (Carta 76); «quien a Dios busca, halla lo que busca» (Carta 164).
La Navidad es Dios nacido para nuestro bien, y todo ello brota del amor de Dios a cada persona. Para recibirlo con totalidad hay que despojarse de riquezas y de grandezas, con un corazón libre:
«El Niño nacido por nuestro bien… Mientras este Niño más padece, más nos roba el corazón para le amar… ¿Quién constriñó a Dios a hacerse hombre? No otro sino el amor» (Carta 61).
Hay que «aparejar» el corazón «para el Niño que ha de nacer, sin tener cosa propia, en las ánimas que lo quieren recibir. Extranjero viene y en mucha pobreza» (Carta 115). «¿No ve vuestra señoría cuán propio viene a nacer para conformare con los pequeños?» (Carta 134).
En Navidad todo invita a una gran confianza en la misericordia divina y, al mismo tiempo, a cambiar y a profundizar en nuestra vida cristiana:
«Es hoy día de las misericordias de Dios y que rebosa de alegría y de confianza para los pecadores» «¿Qué cosa hay en el mundo que dé más confianza que es ver estar a Cristo en un pesebre llorando por nuestros pecados?… Comencemos vida nueva, pues el Niño la comienza». (Ser 4).
El ambiente navideño es eminentemente mariano. Con María se aprende a descubrir el sentido del silencio del niño, de su pobreza (pañales, pesebre, portal):
«La Virgen «nos lo dio niño, puesto en un pesebre, manso y humilde, para que ninguno que quisiera ser remediado, tema de llegarse a Él» (Serm. 68).
La preparación para recibir al Señor que viene a encontrarse con nuestra vida, supone mucho sacrificio y renovación.
«Allegaos al pesebre y pedidle con fe: Señor, pues que tú te ablandaste, ablándame a mí el corazón. Y de esta manera sin ninguna duda os dará Dios agua para que reguéis vuestra casa llena de polvo
¿Qué es menester más para el huésped que viene muerto de hambre y de frío y desnudo? Que busquéis qué coma y qué se vista, y que lo calentéis» (Ser 2)
En la Navidad se aprende a darse del todo a Dios y a darle todo, puesto que él se da del todo. Es el principio teresiano de «solo Dios basta»:
«¡Señor, tú solo mi bien y mi descanso; fálteme todo y no me faltes tú; piérdase todo y no tú! Aunque me quieras quitar todo cuanto me quieres dar, dándome a ti no se me da que me falte todo»
Ea, pues, que a buscarnos viene este Niño, duélanos de nuestros pecados… pasemos hambre con él… obedezcamos a su voz» (Ser 2).
El gran negocio de nuestra existencia es buscar y hallar a Cristo. ¿Cómo encontrarlo? Así responde nuestro querido Patrono:
«No hay cosa que más lastime mi alma como ver que ya ha nacido Dios, y que ya ha llorado…y que no haya quien se aproveche de ello. ¡Grandísima lástima es ver los hombres perdidos, habiendo Dios nacido para su remedio!
Esto ha de obrar en nosotros el saber que ha nacido, el salir en su busca.
El hombre que sale de su propia voluntad y de sus deleites y placeres, ese sale de su tierra, como Abraham, y hallará a Dios.
No se engañe nadie, hermanos, que poco aprovecha para hallar a Dios oír Misa, dar limosna, si no dejáis la cama de vuestros pecados.
A todo deben de estar dispuestos los que buscan a Dios, que ningún miedo les haga volver atrás. ( Serm. 5)