Con motivo de la celebración de la fiesta de estos dos santos, tan populares en nuestra ciudad, hacemos una reflexión sobre la santidad, guiados por la bella doctrina de nuestro Santo y paisano S. Juan de Ávila.
Cada cristiano, en cualquier estado de vida, está llamado a la santidad. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II.
Se trata de una exigencia del bautismo.
Por el Bautismo, somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios y llegamos a ser miembros de Cristo, para vivir en este mundo una vida nueva, celestial.
Una persona bautizada está llamada a vivir una vida nueva
«Fuimos, pues, con El sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, y así también nosotros vivamos una nueva vida».(Rom. 6,4).
¿En qué consiste esa vida nueva?
San Juan de Ávila nos dice:
«La santidad verdadera no consiste en el sentimiento, sino en el cumplimiento de la voluntad del Señor» (AF c. 55).
«¿Qué es ser cristiano? Tener la condición de Jesucristo«.( sermón 57)
Pensar como pensaba Cristo, para ello hay que conocer y vivir el Evangelio. Sentir, ver la vida con los ojos de Cristo y amar como y lo que Él amaba, para lo cual hay que tener un contacto y trato oracional diario con Él.
Por el bautismo ya hemos entrado en esta dinámica del amor, del amor transformante en Cristo.
Se trata de conocer un estilo de vida tan fascinante, que fácilmente se renuncia a nuestra visión y vivencia de la vida tan estrecha y tan raquítica.
En el amor cristiano se encuentra el punto central de la santidad, no es cumplir unas leyes más o menos complicadas, sino que es vivir una vida de amistad con Jesucristo, que se extiende a los demás.
En todo se descubre el amor de Dios. «Si todos y del todo ardiésemos por Ti «.
Es esta caridad fuego que arde en nosotros, y que sólo quiere extenderse, expandirse en los demás.
«Oh Dios, fuego que consumes nuestra tibieza, y cuan suavemente ardes, y cuan sabrosamente quemas, y con cuanta dulzura abrasas«. (carta 64)
Es cierto que para alcanzar la santidad es indispensable la renuncia: «Si vienes tras de Mi, ven sin ti«. Pero este aspecto de la renuncia queda suavizado con lo que significa revestirse de Cristo.
San Juan de Ávila:
«Rezas mucho, pero no amas a Dios, no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad, principalmente, sino en el amor«. (Sermón 76)
El Santo Maestro Ávila, usa con frecuencia la expresión, los amigos de Dios para hablar de los santos.
Y es que entiende que la santidad, es cuestión de amistad con Cristo:
«Que tengáis el corazón tan sellado con el de Cristo, que antes deseéis estar con Él con trabajos, que sin Él con mucho descanso«.(Amor.n. 370)
En una carta dirigida a una señora, carta 103, San Juan de Ávila le recomienda, para ser santa, estos consejos:
Para ser santos hay que buscar y poner toda la fuerza , no en nosotros, sino en Dios, origen de toda santidad:
«Lo que vuestra merced ha de hacer para ser muy santa es, lo primero, tenerse por muy mala y tener a Dios por muy bueno, del cual solo es hacer a los malos buenos y a los buenos mejores, ayudándose ellos de sus favores que da. Conviene, señora, ser muy leal a nuestro Señor, para darle toda la gloria del bien que tenemos…«
El amor ferviente a Dios de la santidad, dice nuestro Juan de Ávila, que lleva a guardar realizar en la propia vida la Palabra divina y a padecer por Él:
«Conviene amarle mucho, para tener mucha santidad porque el amor hace la santidad, y quien más ama, más santo es. Y pruébase este amor ser verdadero en guardar las palabras de Dios y en padecer cruz por Él, y mientras más dura y seca, tanto se parece al amor de quien la lleva«.
«Se prueba el amor en el propio desprecio y propia abnegación, como el Señor dice, que quien quiera ir tras Él, se niegue a sí mismo. Gran enemigo de su propio parecer y de su propia voluntad es el que a Dios ama mucho…«
La prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del prójimo, el cual crece como crece el de nuestro Señor y hace al que lo tiene tan uno con todos lo prójimos como son los miembros de un cuerpo; y de aquí nace la oración cuidadosa por todos y el hacer penitencia por ellos, si puede.
Sea Cristo su amor para siempre«.