¿Qué nos puede decir hoy un Reformador del siglo XVI y XVII a los hombres y mujeres del siglo XXI?
Han cambiado tanto la sociedad, las mentalidades e incluso las ideas religiosas y morales.
La pregunta que nos hacemos no es vana y sin sentido.
En estas líneas voy a poner de relieve lo que me ha enseñado nuestro Santo en la lectura que he hecho de sus escritos, que son muy abundantes.
Sin duda que Juan Bautista es un prolífico escritor.
Lo primero que nos enseña es la necesidad de tener puntos fijos que nos orienten en la vida.
Hoy han caído muchas normas de conducta y maneras de pensar. El mundo que vivimos está en continuo cambio y aceleración.
Los Santos nos ofrecen valores permanentes que perduran a través de los tiempos. Son orientaciones que nos guían en el camino de la vida.
Juan Bautista de la Concepción nos conduce a una experiencia profunda e intensa de la persona de Jesús. Nos enseña que Cristo sigue vivo y presente y que el cristianismo es ante todo la relación con esta Persona que sale a nuestro encuentro en los caminos de la vida.
En realidad, esta es la gran aportación de los místicos a la religión.
Como señala el papa Francisco: «Jesús no es un personaje del pasado también hoy sigue iluminando el camino del hombre». Y esta verdad fundamental la enseña nuestro Santo con su propia vida.
Otra gran verdad que nos ilustra Juan Bautista de la Concepción es el amor a la Iglesia de nuestro tiempo con sus luces y sus sombras.
Esta lección nos viene muy bien porque no se puede ser creyente «por libre», «a la carta», «lo que a mí me parece». No hay cristianismo sin Iglesia. La comunidad de los creyentes es la que nos engendra a la fe y la alimenta a través de nuestra vida.
Cristo sí, la Iglesia también.
Nuestro Santo ha escrito páginas vibrantes de amor y cariño a la Iglesia de su tiempo.
Otra cosa que me ha enseñado nuestro paisano es su amor a la Biblia.
Leyendo los escritos del Santo observamos que cita la Sagrada Escritura con mucha frecuencia. No es extraño, como _ buen alumno de la Universidad de Alcalá, fundada por el Cardenal Cisneros, se ponía el acento en la Biblia, por eso los que frecuentaban sus clases la conocían en profundidad y la citan en sus predicaciones y en sus escritos.
El papa Francisco, después del rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, ha distribuido los Cuatro Evangelios para que se lean durante el día.
Era un librito de bolsillo, para tenerlo siempre a mano: cuando se está esperando en la visita del médico, cuando uno va de viaje, un rato después del trabajo…
Los Evangelios y los demás libros del Nuevo Testamento tienen que ser la lectura diaria. «Abrir la Biblia es encontrarse con Cristo», decía un teólogo oriental.
San Juan Bautista de la Concepción era un hombre culto. Fe y cultura tienen que ir unidos.
La fe que no se mezcla con la cultura se hace fanática y la cultura que no se combina con la fe se hace arrogante y soberbia. Se cree que tiene en todo la última palabra. Los fanatismos se encuentran hoy en las religiones y fuera de las religiones.
Fe y cultura tienen que dialogar amablemente, tienen que tolerarse y escucharse.
Hoy tenemos muchas posibilidades para que nuestra fe se alimente de la cultura: hay muchas publicaciones a nuestro alcance, conferencias y charlas que podemos asistir, escuelas de teología, encuentros para profundizar en la fe…
Ante todo los grandes reformadores de la Iglesia han sido personas que han cultivado la interioridad, es decir, creyentes que han dedicado muchas horas a la oración.
Esta tarea ha sido prioritaria. Lo mejor de su tiempo lo han dedicado al Señor.
Por eso en sus escritos la oración tiene un lugar muy destacado.
La plegaria es un termómetro de nuestro cristianismo.
Si dedicamos tiempo a «tratar de amistad» con el Maestro y el tiempo es sagrado y muy valioso, es porque nos interesa y es importante su persona. Le ofrecemos lo mejor de nuestro tiempo.
Para nuestro Santo ser cristiano es ser orante. Quien no _ ora no es creyente.
Muchas reformas en la Iglesia se quedan en la superficie por falta de interioridad.
Ya apuntaba un teólogo de nuestros días: «el cristiano del futuro o es un místico o no será creyente» (K. Rahner).
Muy parecidas son las palabras de nuestro Santo:
«La oración es la llave maestra que hace a todas partes… es de ahí donde nos va a venir el consuelo» (San Juan Bautista de la Concepción).