Comenzamos la semana más importante del año cristiano. En ella conmemoramos y actualizamos la Pascua del Señor: su ofrenda redentora en la cruz y el triunfo de su Resurrección.
La Pascua de Jesús es un solo acontecimiento realizado en tres actos, precedidos por el pórtico anunciador del Jueves santo, que son los que constituyen la dinámica del Triduo Pascual: El viernes santo de la ofrenda de su vida en cruz. El silencio y el vacío del sábado santo preñado por la esperanza de que se cumplirá su promesa de resucitar. Y la explosión del Domingo que anuncia su vida nueva y eterna, que, este año, manifestaremos también en la calle procesionando la imagen de Jesús Resucitado.
Con la celebración de la próxima Pascua pretendemos introducir nuestro «hoy» en este misterio para ser renovados en él. Y al hacerlo, no sólo estamos «anunciando su muerte y proclamando su resurrección», sino también la nuestra. Esta es la esperanza que mueve la vida de los cristianos.
La fiesta anual de la gran Pascua es como en una fuente que va regando después cada semana a través de la Pascua semanal celebrada cada domingo del año.
Pero lo realmente importante es que descubramos la finalidad de la Pascua contenida en cada Eucaristía: la Eucaristía es para forjar vidas eucarísticas; vidas que se unan a la ofrenda viva de Cristo para reproducir y manifestar el misterio de su muerte y resurrección en los acontecimientos y en el actuar de cada día.
Probablemente, los cristianos hemos podido incurrir en una inflación de celebraciones de la Eucaristía y en una deflación de su atestiguamiento. Para ello, la solución no es celebrar más, sino proponernos a vivir más auténticamente lo celebrado: tener la Eucaristía como el motor que impulse y conduzca -en la práctica real- nuestro sentir, pensar, hablar y actuar.
Quien comulga habiendo discernido que esto es así y, consecuentemente, lleva un plan de vida para que lo sea, comulga verdaderamente. Quien no, está abusando gravemente de la Eucaristía, porque no se es cristiano por comulgar, sino por hacer vida la Comunión. Y este es el criterio para hacerlo por segunda vez o no. El ayuno eucarístico, seguido de la Confesión, puede ser una poda que dé buenos y nuevos frutos.
Así pues, celebremos esta Pascua en gracia de Dios, con la esperanza de alcanzar una existencia auténticamente pascua y eucarística, y deseándonos fraternalmente que toda la comunidad se renueve con la muerte y resurrección del Señor. ¡Feliz Pascua!