Deseo precisar a qué tipo de locura me refiero: la encontramos en la madre que se preocupa excesivamente su hijo, «está loca por él«, se suele decir; de la mujer que está pendiente de su marido, le prepara los platos que le gusta, está atenta a todas sus necesidades y hasta a sus caprichos,»le quiere con locura«, se comenta. Lo mismo sucede con el marido que mima a su esposa, está lleno de detalles con ella.
La locura de Dios que deseo recoger tiene como base el Amor.
Con mis ochenta y tres años, puedo volver la vista atrás y abarcar una vida relativamente larga, en ella puedo encontrar la evolución de mi fe a largo del tiempo.
Cuando era pequeño, antes del Concilio Vaticano II, tengo como recuerdo que se me hablaba más del pecado y la necesidad de confesar que del amor de Dios; indudablemente es un sentimiento personal, y con una base pequeña, son recuerdos muy lejanos.
El Concilio abrió para mí un mundo nuevo, el del Amor de Dios.
Amor que he ido encontrando a lo largo de mi vida en un proceso de maduración de la fe.
Encontré a Jesús en los evangelios, fundamentalmente, y a través de Él, al Padre y su infinita capacidad de perdón.
Luego, en las actividades del apostolado castrense, con soldados y alumnos de las diferentes academias descubrí al Espíritu Santo como fuente de gracia.
San Juan en su epístola afirma que «Dios es amor» y yo diría que la razón de ser de su locura.
A mí personalmente el amor de Dios me sirve para comprender la razón de ser de aquello que pudiera no entender en relación con María, Jesús, el Espíritu Santo o el Padre.
En relación con María, el arcángel San Gabriel le ofrece ser Madre del Mesías y lo describe lleno de grandeza.
La Virgen no lo rechaza, pero tampoco lo acepta, sabe que no conoce varón y pregunta cómo será posible su maternidad; cuando el ángel le explica que será obra del Espíritu Santo, lo acepta plenamente.
Un hecho importante es que lo hace desde la libertad, movida por su amor a Dios, se declara su esclava, hace suya la voluntad del Padre.
Podría pensarse que es una locura esa entrega sin condiciones, pero realmente es un acto de total Amor.
En la cruz, Jesús le entrega a María, a través de Juan, ser Madre de toda la humanidad, ser Corredentora con Él. María acepta esta nueva «locura«.
Jesús es Dios, con el Padre y el Espíritu Santo. Es totalmente feliz.
Adán y Eva pecan. Y Jesús, en una locura de amor, acepta la oferta que el Padre hace a la humanidad y se encarna en la Virgen María, se hace hombre para redimirnos.
No elige un palacio para nacer, lo hace en una cueva, sus padres no son unos reyes, sino unos pobres aldeanos, se ganan el pan trabajando muy duro.
Sabe que muchos le seguirán por sus milagros y le abandonarán cuando las cosas no vayan bien.
Al morir en la cruz estará su Madre, unas pocas mujeres y Juan. Será enterrado en un sepulcro prestado y resucitará al tercer día.
El Espíritu Santo sabe que será el gran desconocido o el gran ignorado para muchos y, sin embargo, estará a su lado permanentemente.
Repartirá las gracias que muchas personas buenas irán acumulando en el Cuerpo Místico, inspirará buenas acciones, impulsará vocaciones y toda esta locura la hará por Amor.
Puedo preguntarme qué locura impulsa al Padre para realizar la creación y sólo encuentro el Amor.
Primero da vida a ángeles, espíritus puros, con grandes poderes y una inteligencia superior. Les regala la libertad y una parte de ellos hace un mal uso de ella y, queriendo ser dioses, se convierten en demonios.
En un momento concreto crea al hombre a su imagen y semejanza y le regala la libertad.
Adán y Eva hacen mal uso de ella y pecan, pero Dios, en un acto de locura amor, nos regala al Hijo como Redentor.
Los monjes y monjas de clausura no son unos locos que, no sabiendo qué hacer, se encierran de por vida en un monasterio o convento.
Son locos de amor a Dios, al que deciden consagrar su vida para pedir por todos los hombres.
Consagran su vida al trabajo y a la oración, se levantan a horas intempestivas, rezan y se ganan el pan con su trabajo.
Lo poco que tienen lo comparten con los necesitados que acuden a ellos.
Son personas profundamente alegres, siempre sonrientes, de risa fácil y abierta, les brillan los ojos de ilusión, son felices en su locura.
Dedicaré un recuerdo a las muchas abuelitas que he ido conociendo a lo largo de mi vida, y especialmente en esta fase en que yo soy un anciano, aunque me cueste darme cuenta de ello, pues aceptarlo lo acepto, como una parte de la vida.
Ellas no son conscientes de ser un auténtico puntal de la iglesia, con su humildad, su entrega generosa y su inmenso cariño ganan el cielo para todos.