El tiempo de Pascua es de un modo especial un tiempo para recibir gracias. A la espiritualidad propia de la cuaresma, que consiste en el esfuerzo por mejorar el ser y la vida cristiana, y que, de alguna manera concluye con la celebración de la reconciliación antes de la Pascua, le sigue un tiempo de recepción y asimilación de la nueva vida del Resucitado.
Aquel que se entregó en la cruz para redimirnos, permanece ofrecido eternamente por medio de la resurrección. Así Jesucristo se convierte en una fuente de gracia y salvación para todos los que creen en Él .
Habitualmente oramos pidiendo dones concretos, sin embargo, aunque esto está bien, en el tiempo de pascua sería muy bueno disponernos a recibir los dones que Él desee ofrecernos. Pues no debería ocurrirnos que por pedir aquellos, pudiéramos perder éstos.
Aunque, tal vez, no estemos acostumbrados a pensar en esta realidad, no deberíamos minusvalorarla.
Cristo no está muerto, ni callado, ni quieto. Está vivo, es libre y opera constantemente en toda la realidad y en cada persona. Esta consideración ha de ocupar un lugar centrar en nuestro interés a lo largo de la Pascua. Para ello, la fe se convierte en un lenguaje para comunicarnos con Él y en un modo de ver y recibir su actividad. Hemos de ser estrategas para percibir su acción y secundarla.
El testimonio de los apóstoles después de la resurrección y también el testimonio de muchos santos como San Juan de Ávila, que celebraremos este mes, dan prueba de que Jesús resucitado se aparece en nuestras vidas, se comunica y ofrece dones por medio de los cuales nos trasfiere las gracias que Él posee y nos capacita para participar de su misión como instrumentos suyos.
La vida cristiana es algo más que cumplir con un código moral o esforzarnos por vivir en coherencia con su Palabra. Aunque esto es verdad, si sólo nos quedamos en este escalón, en el fondo, parecería que de alguna manera somos autónomos con respecto a Él. Sin embargo, la vida cristiana es comunión con Cristo resucitado, inhabitación de Él en nosotros, recepción de la acción de su Espíritu en nuestro interior… Y esto es mucho más que vivir el esfuerzo ético de tener una vida en consonancia con la suya. ¿Por qué san Juan de Ávila siguió a Cristo y supo que su vocación era ser sacerdote? Porque estaba comunicado con Él y llegó a ser instrumento de Cristo según su llamada.
Desde estas líneas, reitero la felicitación pascual de la parroquia a todas las familias de Almodóvar y os animo a dejar que Cristo viva en vosotros. Que habitados por Él, recibamos una personalidad renovada y enriquecida por su gracia. Que le sigamos por donde Él nos vaya llamando. Y que logremos actuar en su nombre cumpliendo sus deseos y proyectos.